A mí, Benidorm me pone triste, y en agosto, más.
No es por el mogollón, ni por la decimoquinta fila (gracias @PalomaAbad) de sombrillas que pillé a día 4 de agosto en la Playa de Poniente. Ni por el pollo reseco que comí, con mucha tardanza y a un precio excesivo, servido por dos camareros que hasta mis primas pequeñas jugando a las cocinitas me sirven con bastante más garbo y jugo un trozo de barro y un café imaginario. Tampoco es por la ingente cantidad de ingleses rosados y tatuados que se mueven en motos estilo obeso mórbido estadounidense. Ni siquiera por ese mar que a hora punta se parece a una piscina china luchando por el record de llenado, y que mece turistas con bañadores, biquinis y triquinis neón en olas de gente con olor a coco.
No es nada de eso lo que me pone triste, no. Yo he sido tan feliz en Benidorm que lloro sólo de pasearme por su jolgorio de riñoneras, chanclas con cuña y menús plastificados algo pegajosos en los que comparten página un banana split, un english breakfast y un mojito. A mí, el puñetero olor a gofre de Manneken Pis y la humedad de la "calle del coño" me hacen llorar de nostalgia. Bueno, y me da un poco de hambre, eso también: nostalgia, hambre, gula y calor. Y un poquito de agorafobia porque esa calle está a reventar siempre, hace 30 años y ahora.
Yo (que os parezco tan sofisticada a estas alturas, lo sé) pasé todos los veranos de mi infancia en Benidorm. Mis abuelos vivían allí en invierno y migraban cual palomas al Norte de mayo a septiembre. Así que los agostos eran nuestros en el apartamento de un decimosegundo piso (gracias Paloma de nuevo) con vistas muy muy laterales al mar. Pero a una niña de Pamplona en los años 80, Benidorm le parecía lo más, y no digo lo puñetero más porque me lee mi madre.
Aquella ciudad abarrotada, caliente, compacta, estirada, húmeda, fosforita, ruidosa y dulzona era mi propia versión del paraíso. Yo que venía de una ciudad pequeña, verde, fría, plana y cerrada no tenía tiempo para disfrutar de todas aquellas maravillas y posibilidades que se me ofrecían entre Levante y Poniente, las dos playas que construyen Benidorm, la ciudad de la borrachera y la familiar.
Las tres primeras maravillas a disfrutar eran: las literas, moqueta y una pared de cristal, tres cosas que tenía el apartamento y que en Pamplona eran de lo más exótico. Daban igual los 45 grados que se alcanzaban en aquel cuarto, que tenía las dimensiones de un camarote de barco, y en el que dormíamos con un abanico debajo de la almohada para los golpes de calor. ¡Qué importaba! Repito: ¡literas! Ahora os parecen una cosa súper normal porque el Ikea ha puesto una en cada casa pero cuando yo era pequeña las literas eran lo más parecido a dormir en un columpio con aquella triple funcionalidad de ser cama, columpio, y trampolín lanza hermanas. Eso sí, en Benidorm había que tener cuidadito al lanzar hermanas porque mis pies pegaban contra la pared de cristal que ocupaba todo el frontal del apartamento a una altura de 12 pisos. Que nosotros pensábamos ingenuos: “Lo bueno de esta altura es que nadie nos va a quitar las vistas”. Ajá.
En sí misma, aquella desmesurada altura de todo era algo lúdico para mí. Dormir en columpios en vez de en camas, vivir en atracciones tipo ‘La Nube’ en vez de en casas y comer helado, como si en Benidorm la vida no fuera muy en serio. Y no lo era.
Para todo había que coger un ascensor, cuando no eran dos como en el apartamento de mis tías. Nosotros en el 12, los Aguirre en el 10 y con cristaleras de lado a lado y mis tías contra el mar en el 16 con otras 5 plantas más por debajo hasta llegar a la recepción. Entre 15 y 30 apartamentos por planta y ¡moqueta! en los pasillos de un edificio de playa, sí, con arena. Un genio el arquitecto de todo aquello.
Había un mínimo de cinco ascensores por edificio: dos para los pisos pares, dos para los impares y el ascensor que paraba en todos. ¡Y con memoria! Aquello era como yo me imaginaba exactamente el año 2000. No había cosa que más gracia me hiciera que coger uno de los impares y discutir con mi hermana si era mejor parar en el 11 y subir un piso andando, o parar en el 13 y bajar uno. Con menos tensión se ha llegado a guerras civiles. A esas broncas se sumaban otras tres: coger esquina del ascensor. Sólo las dos del fondo contaban como esquina, las del espejo, que cuando venían mis primos o amigos había autenticas batallas de pellizcos y pisotones para conquistar esas dos esquinas contra el espejo. ¿Por qué? Ni la más remota idea, claro, pero nos dejábamos la piel en aquella pelea y también por ser el dedo que pulsaba el botón. ¡Nos corroía el poder! El tercer gran enfrentamiento era por ducharse en segundo lugar. Mi madre tenía prioridad porque nos hacía la comida y había que esperar de pie hasta que te tocara el turno porque llegábamos mojados y llenos de arena de la playa así que estaba prohibido poner el culo en ninguna superficie. He visto a primos míos de 10 años aducir ciática para ser los segundos en pasar.
Además de los cinco ascensores, las literas, una cristalera del suelo al techo de color naranja donde apoyar la cabeza para ver a la gente como hormigas, una piscina con cinco trampolines y la moqueta, aquella maravilla de apartamento tenía un ingenio único. ¡Algo insuperable! Las basuras se tiraban desde una puertecita que había en cada planta y caían gracias a la fuerza de la gravedad hasta un enorme contenedor que había en la calle. Como lo oís: teníamos un cuartito de las basuras por planta. Y pensaréis, con algo de razón según todas las madres de aquellos edificios: “Pues menuda guarrada debe ser lanzar una bolsa desde un piso 14, por ejemplo, y que vaya rebotando por las paredes de aquel túnel vertical mientras se rompía”. Eso es que no teníais 10 años y os parecía la leche 1) no tener que bajar las bolsas a la calle, 2) exactamente eso, que se rompiera. Ganaba quien conseguía que rebotara más veces. “Más explosión, más diversión” era nuestro lema, era claramente un lema secreto porque como mi madre descubriera nuestro modelo de lanzamiento te digo yo lo que nos iba a durar la diversión.
Aquella maravilla de sistema se cerró bastante rápido junto a las alturas tercera, cuarta y quinta del trampolín de la piscina. Lo de las basuras no fue cosa mía, pero puede que en lo otro si tuviera alguna influencia. Sufrí un corte de digestión después de una tripada infame al tirarme de cabeza del tercero aupada por mis primas mayores que decían en bajito: “Si te tiras tú, luego vamos nosotras”. Liantas... Yo salí ‘rojica’ como una gamba de la leche que me di y las cobardes de ellas bajaron por la escalera. A mi histórica tripada de la que se sigue hablando en mi familia como ejemplo de lo que NO hay que hacer nunca en una piscina ni en la vida en general, se sumó la perfecta habilidad de un niño muy muy gordo al que llamaban Piraña (siendo benevolentes porque aquello eran como tres Pirañas juntos) de tirarse de bomba encima de bañistas varios. El 'jodío' intentaba hacer diana y a veces hacía, no era el niño más ágil que yo haya visto, siendo benevolente de nuevo, pero tenía una puntería corporal de aúpa. Así que los vecinos acordaron clausurar las tres últimas alturas.
El lobby de propietarios era fuerte porque muchas familias se conocían desde hace años. Algún promotor inmobiliario tuvo como objetivo de venta un valle navarro a los pies de Urbasa y en esos edificios estábamos un montón de familias de mi pueblo. Aquellos pasillos enmoquetados olían a vainas ¡en agosto! Era como ir por mi pueblo pero todos metidos en el mismo edificio con moqueta y con sol, que eso en mi pueblo no saben lo qué es, el sol quiero decir. Así que en aquella playa andábamos con los Aguirre, los Etxarri, los nietos de la Edu, los Aldad… Y nosotros que éramos los del mayor de Ascunce.
Todos juntos íbamos al Aqualand, que en Disneylandia no tienen ni idea pero hace 30 años aquello sí era el sitio más feliz de la tierra: la piscina con olas, el kamikaze, tirolinas, el río bravo con corriente, los rápidos, el zigzag, las pistas blandas… Tú mete a un niño de pueblo ahí, uno que sepa nadar claro, y no lo ves en días. Menos a mi hermana que era feliz en la piscina con bolas. Ahí la encontrabas siempre. Comparad los nombres: piscina de bolas, KA-MI-KA-ZE. Sigo sin entenderlo. Es raro pero era exactamente la posibilidad de estar a puntico de morir lo que me volvía loca. Cuanto más alto mejor, más rápido, más extremo, mejor. Me ponía de puntillas para llegar a las alturas mínimas para saltar de todo. Y para comer al medio día, había un menú infantil que venía en una caja de cartón con forma de casa, nos dejaban pedir refresco en vez de agua y traía un helado. ¿Qué más se le podía pedir a la vida? ¡Qué!
Tobogán Kamikaze |
El segundo sitio más feliz de la tierra en los 80 para mí era el Festilandia en la avenida del Mediterráneo. En Pamplona, las barracas sólo iban por San Fermín, eso eran 9 días al año, así que un lugar que tenía una noria y autos de choque todos los días me parecía un paraíso de diversión sin cortapisas temporales. Yo pensaba: "Si viviera en Benidorm, los martes al salir de clase en vez de ir a clase de bailes regionales a aprender a bailar la porrusalda vendría aquí a montarme en el saltamontes". Que yo muy lista no era porque mis padres nos dejaban montarnos dos días, dos viajes en todas las vacaciones… Ahí, derrochando.
Otra cosa que me encantaba del Festilandia era el tirapichón pero porque mi madre era muy buena disparando palillos. Yo me sentía súper orgullosa. Aunque su puntería fuera en mi contra en el lanzamiento de zapatilla, en el tirapichón mi madre era la reina. Yo la veía y ponía cara de: “Déjenla pasar, es una súper tiradora, si en vez de disparar al palillo quisiera daros a vosotros, menos risitas y codazos os ibais a dar mequetrefes”. Y luego me llevaba mi llavero de bola de billar, un peluche o lo que fuera que consiguiera como si lo hubiéramos robado a punta de pistola, con mucho orgullo.
El tercer sitio más feliz era un centro de recreativos. Había todo tipo de cochecitos con música para montarte de esos que les echabas 25 pesetas y se movían, caballitos, maquinitas, pinball, billares, futbolines, una minibolera y una cosa que a mí me parecía la repera y ya sabéis porqué no digo la puñetera repera. Había una especie de fotomatón con forma de diligencia del oeste americano que se movía al trote de caballos mientras te proyectaban en frente y a la espalda películas del Cinexin y te sacaba cuatro fotos de carnet que salían por un lateral de la máquina. Claro, que en esas fotos nunca salía yo porque, en realidad, a mis padres aquello les parecía carísimo y me decían que, total, yo nunca salía bien en las fotos. Así que esperaba fuera mirando como otros niños disfrutaban de lo que era los primeros pasos de la realidad aumentada y, mientras, pensaba que mi primer sueldo me lo iba a gastar enterito sentada allí dentro viendo sin parar las cuatro posibles películas que se proyectaban de las que solo veía los pies pero de las que todavía soy capaz de tararear las melodías.
Porque a pesar de todo lo que molaba Benidorm el sentido ahorrador de los padres de los 80 lo jodía bastante y reducía nuestras posibilidades de diversión. A pesar de la desbordante oferta, nosotros nunca llegamos a tomarnos nunca una copa de helado XL con bengalas, sombrillita china y loro con plumas. Más o menos la norma era un polo de palo de 25 pesetas y no todos los días. Lo peor que te podía pasar era que el día que te dejaban comer casi cualquier helado sin tope de precio ni de pirotecnia, que eran dos o tres días en todo el mes, estuviéramos comiendo en algún restaurante que no tuviera ni Frigo ni Miko, nuestros preferidos. Yo recuerdo gritar como una loca en mitad del comedor: “Si son de la Avidesa no cuenta como día de helado”. O peor aún, cuando en el restaurante sólo tenían tarrinas de nata y fresa y aquellos limones y naranjas helados que yo gritaba: “¡Esto no cuenta como helado! ¡Esto es fruta! ¡Yo mañana quiero un frigodedo!”
Yo fui a EGB |
Bueno, hubo una vez que vivimos como si fuéramos millonarias. Mis padres estaban tomando algo con una amiga de mis tías abuelas y su marido en una terraza. Mientras ellos charlaban, mi hermana y yo jugábamos con la carta a ordenar los tres primeros que nos comeríamos si nos dejaran barra libre de copas de helado. La duda estaba entre 'Odisea Tropical' o 'Malibu de caramelo' porque los dos primeros puestos eran sin discusión para 'Explosión de fresas' y 'Copa Benidorm Mil chocolates'. Le dimos tanta pena a aquella mujer que allí mismo nos dio el dinero para que nos compráramos uno. Bueno, los reyes magos unos aficionados a lado de aquello. Nos trajeron una copa a cada una que llegaron iluminadas por bengalas, y traían una sombrillita pinchada, un mini abanico de papel, un loro en acordeón y hasta una flor que parecía una flor de verdad pero se podía comer, ¡y sabía a oblea de misa! El mundo estaba del revés en Benidorm. El caso es que, por supuesto, ninguna pudimos siquiera comer la mitad de nuestra copa. Guardamos todos los complementos que no estuvieran pegajosos para tener pruebas de aquel milagro económico en la cuadrilla pero, eso sí, después de aquello, mis padres utilizaron el incidente para no concedernos nunca jamás un capricho bajo la premisa: "Acordaos de la copa helado de Benidorm, que os da el ansia y luego no podéis ni con la mitad, que nos conocemos". Aún y todo, mereció la pena e íbamos contando a los demás niños: "Y las bengalas caían sobre el helado y no se deshacían", mientras ellos nos miraban llenos de admiración.
El sentido ahorrador, que igual les venía a todos del valle de Urbasa, también hizo que nunca nos compraran un inflable, por ejemplo un tiburón, un cocodrilo, ni siquiera una colchoneta o un jodido churro de esos. Nada.
El mínimo de chavales que nos juntábamos era de ocho, cuando no venían primos o agregados varios incluso críos que se nos pegaban en la playa. Podíamos haber amortiguado cualquier juguete de playa con creces. Pues no. Bajábamos al garaje y rebuscábamos en un cajón donde los que hubieran pasado antes que nosotros por el apartamento dejaban los enseres de playa. Normalmente el inventario consistía en palas desparejadas, frisbis rotos, colchonetas pinchadas y cientos de pelotas de tenis que todavía no lo entiendo. Una vez encontramos una barca azul con cuerdas a los lados, algo casi profesional del ocio acuático, pero pinchada también. Entre los padres localizaron los pinchazos, les pusieron parches de las ruedas de la bici y nos lanzamos los ocho al mar como si aquello fuera un yate. 15 minutos duró inflada. Y aún mi padre me dijo:
- Alá, pues ahora jugad con los remos.
Aunque también quedaron confiscados después del segundo remazo en la cara de un bañista al jugar a una novedosa interpretación del tradicional juego de pala con los remos y una pelota de tenis que no gustó mucho entre los adultos.
Alguna extrañísima vez conseguimos una colchoneta de esas rojas por un lado y azul por el otro como de terciopelo cutre que con los parches de la bici aguantaba bastante bien y casi llegamos a la isla de la emoción.
Los ‘pedalos’ eran otro de los grandes hits de la playa. Un par de veces nos volvíamos locos y alquilábamos dos patinetes y nos íbamos a darle la vuelta a las boyas o como decía mi tía Pilar:
- Venga Joaquín, llévanos a alta mar.
Y allí que nos montábamos todos con viseras, burbujas, flotadores, crema, remos, gafas, y un tubo de plástico donde meter el dinero para pagar al señor del los pedalos que a mí siempre me daba un poco de miedo porque moreno, arrugado y con barba me parecía un pirata. Alguna vez llegamos a darles la vuelta a unos cargueros americanos que atracaban en Benidorm una semana. Decía la leyenda que si llegabas nadando te dejaban subir a visitarlo. No lo pude comprobar porque la amenaza de “como se ocurra siquiera intentarlo este año no hay Aqualand y no pruebas un frigodedo en tu vida” me cohibía ligeramente.
Fuente Wikipedia |
Las noches de Benidorm también eran algo increíble. Por ejemplo: nosotros vimos a los Locomía antes de que fueran famosos. No sé cuantas veces dijimos esta frase en aquellos años. Los Locomía se ponían a mover sus abanicos en un bar del final del paseo cuando todavía no era conocidos pero ya causaban furor allí. Y esto que puede parecer una chorrada, no lo era porque siendo de un pueblo navarro, o incluso de Pamplona, nunca jamás eras el primero que veía nada. NADA. Todo venía de fuera. Normalmente de Francia y si no, de Madrid. Si hasta para ponernos ‘brackets’ pasábamos a Bayona. Así que chuleábamos de los Locomía en plan: yo ese giro de abanico lo vi hace 3 años. Así era la época pre internet.
Otra cosa que nos hacía sentirnos súper modernas a mi hermana y a mí era el McDonald’s. Sí, ni paellas exquisitas, ni pescado recién cogido, lo que nos moríamos por comer era un Happy Meal porque lo más parecido en Pamplona a una hamburguesería era un sitio que se llamaba Tutti Pasta. Repito: Tutti Pasta. Nada más que añadir para describirlo. Una noche a lo largo de aquel mes, mis padres nos llevaban y ellos se iban a comer al restaurante de en frente. Nos vigilaban mientras nos sentábamos allí las dos solas, como si fuéramos adultas, mientras peleábamos con el juguete que nos hubiera tocado. Todavía debe andar alguno en casa de mi madre.
Las noches de Benidorm eran lo más extraordinario de las vacaciones, lo que nadie se iba a creer cuando volviéramos a Pamplona. En las aceras del paseo marítimo de la Playa de Levante nos aglutinábamos cientos de familias cotilleando lo que pasaba en el interior de los locales porque pasear y cotillear era gratis y dentro había que pagar. Gogos en tanga que bailaban sobre plataformas imposibles, drag queens llenos de plumas que eran mujeres que eran hombres y nos costaba entenderlo del todo, purpurina y lentejuelas por todos los lados, mimos que bajaban escaleras imaginarias, enormes esculturas hechas de arena, ingleses borrachos, pestañas postizas, María Jesús y su acordeón con Los Pajaritos y la pista de baile a reventar de niños, cantautores, patinadoras que daban flyers a nuestros padres como si nuestros padres salieran de marcha que nos daba risa sólo de pensarlo, relaciones públicas disfrazados de zombies, abuelos bailando pasadobles, Locomía, robots que vendían unas diademas que se iluminaban de noche y de fondo sonaba “Mami qué será lo tiene el negro” sin que nadie si quiera pensara que era racista o sexista porque lo políticamente correcto creo que no se había inventando, al menos no en Benidorm.
Así eran las noches hace 30 años en el paseo de Levante y tampoco ha cambiado tanto. Ahora las familias llevan unas tiras fluorescentes que se ponen en las zapatillas y se iluminan al andar en vez de los collares y se ve mucho helado de yogur con topping de oreos, pero todavía huele a gofre y venden banana split, los ingleses siguen igual de borrachos y rosados y aunque sonaba La Gozadera, María Jesús con su acordeón sigue tocando 'Los pajaritos' cada noche mientras, al lado de las gogos con tanga mínimo y tacones máximos, los abuelos bailan el mismo pasodoble que hace 30 años. Los que ya no estamos somos nosotros, eso es lo triste, que tan felices hemos sido en Benidorm.
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Me ha encantado. Parece un capítulo de Chico Centella a la española ochentera.
ResponderEliminarYo veraneaba en Denia y un día íbamos a Benidorm, así que he reconocido muchas cosas de las que cuentas.
Un placer leerte.
Besos
No sabes qué ilusión leer eso, con lo que me gusta chico centella
EliminarAl centro recreativo siempre lo hemos llamado "máquinas blancas", si te refieres al de la avenida Mediterráneo. Me ha encantado el post. Benidorm is different. :)
ResponderEliminarCreo que estaba en la avenida de Ruzafa, casi abajo.
EliminarEl otro mundo de Jaime.
EliminarUna de Benidorm cuya infancia y juventud ha sido tal cual lo cuentas (y que conoce otras caras de Benidorm) 😉
Ohhh estaba pensando en el otro mundo de Jaime...que ratos allí de pequeñas!
EliminarOhhh estaba pensando en el otro mundo de Jaime...que ratos allí de pequeñas!
EliminarEso era!!! El otro mundo de Jaime!
EliminarGrande el otro mundo de Jaime, por desgracia desparecio hara dos o tres años
EliminarMe encaaaaaanta!! Yo veraneaba en Galicia... Soy algo más joven, pero tampoco mucho más... jaja He vivido esos helados y esa manera de ser de los padres de entonces.
ResponderEliminarLo curioso de todo, es que "lo más" de mi viaje, era que íbamos en tren. Un viaje que duraba toda la noche y parte de la mañana siguiente. O sea... que dormíamos en el tren. Una pasada. Unas veces en coche-cama (que era genial, porque se convertía la cama en sillón por la mañana y tenías un orinal para mear y luego echar eso a un pozo extraño que acabaría en las vías) y otras veces en literas (de tres pisos... eso ya era para nota) Pero no había orinales ni sillones ni lavabo dentro de la habitación.
Ahora... lo que más me flipaba de aquel viaje interminable era que mi madre nos dejaba dormir con la ropa puesta. Ese era el único acontecimiento del año en el que no teníamos que ponernos pijamas para dormir. Y amanecíamos vestidos... ¿Algo mejor?
El Ave lo ha fastidiado todo, en serio.
A Benidorm fui por primera (y última) vez con 14 años. En abril. Y alucinaba con que todo estuviera abierto a todas horas...
Con el resto de cosas... aún alucino a día de hoy... que hace un año que vivo dando al Mediterráneo, y aún no me acostumbro a vivir en un décimo con cuatro ascensores y basura en cada piso (eso sí... sin toboganes... jajaja solo un cubito) Eso sí... sin moqueta.
Pero yo que soy de pueblo, como que lo de no bajar con la basura no me va... y me hago mi recorrido de 10 pisos para arriba y 10 para abajo, porque a ver cómo reciclo si no... (y entonces... me acuerdo de tu padre ;) )
Un abrazo !!
jajjaja hombre es que dormir con ropa era una aventura
EliminarHola! Soy de Benidorm, y me ha encantado tu post. Creo q aquí te refieres a "el otro mundo de Jaime", y, aunque parezca raro, hasta hace un par de meses seguía abierto
ResponderEliminarEse "invento" de las basuras lo instalaron en mi casa hace..... pufff, una jartá. Acababan en un cuartucho al lado del ascensor. La peste era.... Y no sólo se reventaban, también se "atascaban" y ya eso era otra juerga. Precintadas y a bajarlas. Resumiendo, yo creo que los de Benidorm fueron los mismos arquitectos chapuzas que los que hicieron mi casa en Donosti, por fechas. Y tema helados, polo de Rich y listo. Los "succionabas" y dejabas el hielo. Yo quería de los Italianos, pero eso ya fueron siendo mayor de edad casi.
ResponderEliminarQué gran relato. Tierno y desternillante a la vez. Me ha encantado. Qué veranos los de nuestra infancia.
ResponderEliminar!Qué recuerdos y que bien contados Amaya! yo disfruté también de aquella época con mis padres y mis hermanos en ese apartamento de la planta 16 de la tía Pilar. Ese paseo de Levante con María Jesús y su acordeón, las "gogós" y los jóvenes, tan cool, repartiendo las invitaciones para ir a Pachá o a Penelope.
ResponderEliminarEl año pasado, pasamos un día en Benidorm, para que lo conociera mi marido, danés y mi hija. Comimos muy bien en un bar del pueblo, un arroz estupendo y les llevé a la playa de Poniente. Todavía recuerdo su cara al ver tanta sombrilla, es más, hizo una foto y la publicó en su FB.
Bonitos recuerdos y bonito homenaje a las tías Ascunce.
Un abrazo!
Marta! Tu madre es la que nos pagó la copa de helado!!!!! Mi hermana y yo nos acordamos siempre de eso!
Eliminarjajaja ¿en serio? ¡qué bueno! se lo voy a reenviar a mis hermanos! les va a encantar. El otro día le hablaba a mi hija sobre ti y tu libro. Se tronchaba de la risa con las frases.
EliminarUn beso!
Y han cerrado el otro mundo de Jaime?
ResponderEliminarQue post más bonito Amaya. Me ha encantado todo, pero sobre todo literas moqueta y ascensor jajajajajaja
Genial tu post!!! Yo también he sido muy feliz en Benidorm, pero ya de mayor. Soy maestra y, hasta que conseguí mi destino definitivo cerca de mi casa, trabajé muchos años en Benidorm y alrededores y siempre vivía en Benidorm. Hay de todo, mil opciones para el día y para la noche. Y la mítica Mª Jesus jajaja
ResponderEliminarEl primer año viví en el Parque de Elche y el resto por la zona de la playa de Poniente.
Chapeau, brutalmente bueno, jolin con los de Urbasa
ResponderEliminar¡Qué bueno! Yo fui a Benidorm por primera vez hace casi 10 años, en plena adolescencia. Aquí otra pamplonica a la que le maravilló esa ciudad. Recuerdo ir por la playa y pensar que aquello era libertad total, las vestimentas de la gente en los paseos por la playa, los flyers para invitarte a una copa (¿copa gratis? Si aquí lo justo te dan gratis un poco de pan para acompañar los pintxos) Pero sobre todo me quedo con las noches en que movilizaba a toda la familia para ir a un pub irlandés cerca de la playa en donde eramos los únicos no irlandeses del local :)
ResponderEliminarQué divertido! Lloré de la risa como siempre! Gracias infinitas! ❤
ResponderEliminarLo cuentas que parece que una está ahí.
ResponderEliminarYo también conocí ese Benidorm. Y después el de los 90. Zona 9. Ven y Verás. Obk. Bailar y bailar hasta las 4 de la mañana que era la hora en que tenía que estar en casa. Conciertos en la plaza de toros. Lo más granado del pop-rock español. Qué nostalgia. Besos desde Benidorm en mi semana de va.
ResponderEliminarYo estoy ahora mismo en Benidorm y lo han cerrado. Sniff
ResponderEliminarViví en el piso 17 de un edificio de 25 que también tenía ese conducto para la basura. Y sí, era un asquete pero qué gozada eso de no tener que bajar la basura...
ResponderEliminarNunca he estado en Benidorm pero me ha encantado cómo lo cuentas. Hay sitios que dejan en nosotros recuerdos imborrables. Besotes!!!
Cuanto tiempo hacia que no te leía... No volverá a pasar!!! Reprecioso como siempre!!! Millones de besos Ami
ResponderEliminarBuenísimo post, yo también lo recuerdo igual, era lo más de lo más. Soy madrileña, pero en Benidorm siempre se puede ver lo inimaginable.Acabo de volver pq sigo pasando mis vacaciones allí. ...y siempre me invade esa sensación de desazón cuando me tengo que volver. Un lugar que recuerdo con nostalgia era un restaurante con un hórreo cerca de un parque de atracciones que no es el de la avenida del Mediterráneo y la llegada del Forrestal, Benidorm se llenó de marines. ..algo que conté con pelos y señales a todos mis amigos al volver. ..todo un evento
ResponderEliminarQue maravilla de articulo!!!, yo como chico no ponia mi atencion en los gooordos ingleses que desde las 11 de la mañana andaban con dandole al botellin. A mis 16/19 años siempre ma llamo la atencion la enorme ligereza de las feminas inglesas. Y de los locales....., nunca olvidare aquel local de la "zona inglesa" en que una mujer encendia una bombilla, se sacaba una bobina de hilo y abria un botellin haciendo uso de parte mas intima; intima por decir algo porque para todo el local al termino de las vacaciones acabo siendo de la familia.
ResponderEliminarNo te puedes imaginar lo que he disfrutado con este post...
ResponderEliminarNo te puedes imaginar lo que he disfrutado con este post...
ResponderEliminarAy Amaya.... yo he veraneado durante 30 años en Benidorm. En tu primera foto se ve mi casa, mi balcón, perfectamente. Playa de Levante, para que te orientes, justo en frente de un famoso hotel que estaba delante del Festilandia... Si, yo veía el Festilandia clara y nítidamente desde el balcón.
ResponderEliminarY el Aqualandia era lo más, y cuando pasaba mi amigo Guillermo (el señor de los zancos de la super bici del aqualandia) yo salía corriendo a saludarle, porque me regalaba carpetas todos los años. He flipado en los mismos recreativos, con los mismos patinetes, con el barco americano, con las Gogos del paseo.... Con todo lo que cuentas.
De más peque pasaba las tardes en el Europa Park, pero es que tenía truco... Era de mi familia :-P Un drama cuando lo cerraron, y te voy a confesar una cosa... Pese a quejarnos de los ingleses, de los borrachos, del ruido y de todo, también fue un drama cuando hace 2 años vendimos el piso de Benidorm. Porque yo, al igual que tu, he sido muy feliz allí. Y mis hijos lo hubieran sido, solo me queda el consuelo de que las primeras vacaciones de mi enano, con solo 3 meses, fueron allí. La pequeña no lo conocerá. Ya me has puesto nostálgica, leñe!
Para escribir poco menudo post te ha salido!
ResponderEliminarQué felices eramos los niños antes a pesar de tener tan pocas cosas! Creo que valorábamos más todo por ser tan inalcanzables.
Yo también descubrí a Locomía en Benidorm y para mis hermanos y yo lo más era poder coger una de esas pelotas de playa que tiraban desde una avioneta o esperar al carrito de los helados que pasaba por la misma orilla de la playa.
Como vivo cerca de Benidorm vamos muchas veces y el olor que más asocio al paseo de la playa es el de Varon Dandy y el aceite de coco que comentas. Lo que más pena me dá es ver a la gente mayor bailando pasodobles en línea en los hoteles!
Con tu post me ha pasado como cada vez que alguien se va al pueblo y pienso que nunca tuve uno, me da la nostalgia de algo que es imposible tener.
ResponderEliminarNo me quejo de mis veranos de niña limeña, pero quisiera haber vivido todo, soy una angurrienta.
Un gran post Nena, pensé mucho en ti mientras paseaba por Poniente hacia la Cala.
ResponderEliminarMe encanta Benidorm, yo tuve un poquito más de suerte que tú y el día 6 conseguí tercera línea de playa!
Y lo de la basura?, la única diferencia entre el edificio que tú describes y el que yo iba (el pintor Solana) es que en el que yo estaba no había moqueta.
Este año fui de compras por la calle del coño y también tense en ti.
Un beso Amaya
Lou
Un post maravilloso. Lo cierto es que no conozco Benidorm, y tampoco he tenido nunca mucha inclinación por ello, pero visto a través de tus ojos, casi apetece reservar una quincena en un apartamento! Mis vacaciones infantiles eran más de caravana y helado de pistacho.
ResponderEliminarBenidorm es el Madrid del verano. Un saludo.
ResponderEliminarhola, yo soy de Benidorm, he nacido aqui y aqui sigo. He de decir que pese a lo mal que ponen a mi pueblo por ahi....no se vive en ningún sitio como aqui, a todo el mundo le gusta, aunque no lo reconozcan.
ResponderEliminarGenial lo que has contado, me ha gustado mucho...perooo le de "la calle del coño" eso no nos gusta nada.....es una lucha que tenemos , es "paseo de la carretera" ,
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarEl sentido ahorrador llegó hasta el valle del Ebro: nunca he estado en Benidorm pero lo que cuentas era lo mismo que con mi familia en Salou, playa abarrotada de aragoneses. Me he visto totalmente identificada, sobre todo con el helado, cómo soñaba yo con pedirme un bananasplit! A nosotros nos tocó en suerte ir una vez a portaventura y al aquapark, y mi padre hasta nos compró una colchoneta roja y azul para ir a la playa, sería que le había tocado la paga extra o que nos habíamos portado bien ese año?? La incógnita queda ahí...
ResponderEliminarUn saludo de una maña afincada en Dubai (de momento)
Vaya, tantos helados mm=)
ResponderEliminar¡¡Muy bueno el post!! Me ha encantado la parte de Locomía y el "yo los escuchaba cuando todavía no eran Mainstream" Un saludo y a seguir con el blog!!
ResponderEliminarAy madre! Has descrito tan bien todo, yo también iba a Benidorm, a la Cala. Y me acuerdo de todo tan bien, coger la guagua para ir al pueblo, zona 9, los gogos, los relaciones de las discotecas, la calle del coño hasta arriba, jugar a quinito en la zona vasca...Qué años mas buenos!
ResponderEliminarDos palabras:
ResponderEliminar- Playmon Fiesta
No he acabado de leer el post, luego vuelvo :)
Perfecta descripción de mis veranos (y de los de muchos más, además de los tuyos). Sigo acudiendo cada verano a Benidorm, es mi paraíso, mi tierra prometida, mi encuentro con esa niñez que nunca se fue del todo. Gracias por hacerme sentir allí.
ResponderEliminarSolo una pregunta, si no es indiscreción, ¿en qué edificio pasabas las vacaciones?
Recuerdo dos veranos alli....lo has plasmado genial. Llorando de risa estoy
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