viernes, 8 de septiembre de 2017

A cualquiera le dejan escribir un libro

Gato Gordo orgulloso
Dicen que para hablar hay que saber. ¿Qué cosas tiene la gente? Yo no sabía nada de ser madre, y resulta que escribí un libro para madres, no sabía cocinar y publiqué un libro de recetas, no sé nada de niños y acabo de escribir un cuento ilustrado infantil. Bueno, saber, sé lo justo. He sido hija, he sido niña y como comida todos los días, que básicamente es el nivel de experiencia de cualquier persona nacida en el mundo (si ha tenido un poco de suerte en la vida). Me imagino que esto me coloca en la media por abajo en cuanto a experiencia en madres, cocina y niños. Equilibro esas carencias con otras virtudes como un don desmesurado para la exageración, buena memoria, cierta propensión a los accidentes que me ha fortalecido en muchos sentidos, la capacidad de reírme de casi todo y una alimentación basada en el picoteo y el servicio a domicilio.

Cuando Mía y Lluis Cassany me dijeron que me sumara a su pequeño gran proyecto en la editorial Mosquito, creéis que pensé ¿qué tengo que enseñarle a un niño? Pues claro que no. ¿Creéis que valoré que no tengo ni idea de escribir cuentos infantiles? Ni un segundo. ¿Se me pasó por la cabeza que trato a los niños como si fueran señores mayores? ¿Por quién me tomáis? Llevo desde 2010 contando todo tipo chorradas, ¿me iba a parar ahora? Y menos mal que en Mosquito son gente seria y no me pidieron dibujarlo a mí, porque ya os he contado alguna vez que se me daban tal mal las manualidades que suspendía incluso cuando me hacía los trabajos mi padre, otro don, éste parece que heredado genéticamente.

La dura vida del co-protagonista


Yo me senté y me dije: ¿qué cosas te gustaban de pequeña? Pues los gatos y los apocalipsis. ¿Y qué cosas no te gustaban? Las vainas, pero esta temática la tengo sobre explotada, no quiero encasillarme como 'hater' del mundo vaina porque te quedas ahí, odiando verduras, y no sales. Otra cosa que me sacaba de mis casillas de pequeña era que mis padres me cantaran una canción de Antonio Machín cuya letra era:
“Mira que eres linda
Que preciosa eres,
Verdad que en mi vida
No he visto muñeca
Más linda que tú;”

Me ponía enferma, me daba una rabia horrorosa, como si me dijeran el peor de los insultos. Y ellos cada vez que me ponía pesada, llorona, o lo que fuera que hacía yo para protestar por la sobre alimentación de vainas, y otras pequeñas torturas familiares, me la cantaban en plan Pimpinela. Yo gritaba cual niña poseída: “Que no me llames LINDA, no soy linda para nada. Ni un poquico de linda soy”, como si me estuvieran diciendo la mayor ofensa del mundo.

Y ellos seguían con coreografía y todo:
“Con esos ojazos (Y se tocaban los ojos con, quizás, un exceso de dramatización)
Que parecen soles, (Y apuntaban al sol, que como somos navarros te tenías que imaginar que detrás de aquellas nubes estaba el sol, claro)
Con esa mirada (Me señalaban a mí para hacerme aún más protagonista de aquel calvario)
Siempre enamorada (No hacían nada, porque somos navarros, y hacer corazones con las manos va contra nuestros principios y nos quita puntos de foralidad, y si te quitan muchos, te echan de Navarra)
Con que miras tú”. ( Y se hacía coros en plan: turuturutu...)

“Mis ojos son negros como un pozo y no estoy enamorada ni pienso estarlo nunca”, gritaba al borde del colapso con el olor a vaina subiendo del plato, lo que clarísimamente no ayudaba. 

¡Ay! Pero los padres saben cómo sitiarte siempre, esto es parte de mi experiencia básica como hija. Ellos seguían perseverantes y desafinados:
“Porque eres divina
Tan linda y primorosa,
Que solo una rosa
Caída del cielo
Fuera como tú”. (turuturutu)

Claro, que al final me comía las jodidas vainas solo para que se callaran y a Machín le tengo una manía que no te quiero contar.

Pero gracias a aquello aquí esta “Rita Bonita, gato gordo y fin del mundo”. Un niña que odia que le llamen bonita, con un gato gordo que va su bola y con cierta afición por el apocalipsis.

Gato Gordo valorando si el libro es comestible.


Para equilibrar este inicio que parecía tener poco empaque, Mía me propuso una increíble ilustradora, María Hesse, que seguro que conocéis y que a mí me encantaba por un librito de Frida Kalho (mi disfraz favorito) que había publicado y a la que le chiflan los gatos.

Yo no sé de niños, de madres, ni de cocinar. No sé si este libro les gustará a esos niños, o a esas madres, pero solo por tener un cuento así, con mi gato Carlitos en el papel de Gato Gordo dibujado por María, ha merecido la pena de sobra. Eso sí, espero que la historia me haya quedado algo mejor que el arroz con tomate que sigo sin saber preparar, a pesar de haber escrito yo un libro enterico de recetas. 

Gato Gordo soñando con la adaptación al cine.

Sale hoy 8 de septiembre a la venta aunque ya se pueden encargar en Amazon y en la propia editorial Mosquito Books y poco a poco llegarán a las librerías. Hay una versión en catalán lo que me ha venido muy bien porque dentro de un mes puedo convertirme en escritora internacional de niños. ¿Veis? Otra vez hablando sin saber. El siguiente libro intentaré que no sea sobre física cuántica. Prometido.

Y ya sabéis, si alguien os dice que algo es verdad porque lo ha leído en un libro, tened cuidadito, que podría haberlo escrito yo...

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Se pueden comprar aquí: Mosquito Books y en Amazon

lunes, 21 de agosto de 2017

Un post al año no hace daño

Podríamos empezar con que no escribo nunca, con que soy una vaga, con que tengo mucho trabajo, con que cuando no estoy currando, no quiero escribir, con que para ver mil vídeos tontos ya tengo tiempo, con que más vale cerrar un blog de un post al año, podríamos empezar con que desde que le puse nombre y apellido al blog todo es demasiado pudoroso, con que los blogs han muerto y ahora debería estar publicando una foto en Instagram, con que cuanto más leo menos escribo y estoy leyendo a dos manos, pero no, no vamos a empezar. Allá vamos.

Este post es petición de mi madre. Por supuesto que ella NO lo va a supervisar y yo voy a exagerar todo lo que haga falta para que alcance nuestras cotas naturales de drama.

Mi madre está indignada con el señor que le ha puesto los toldos y piensa que ni la OCU ni una hoja de reclamaciones pueden calar en la sociedad tanto como la prosa de su segunda hija favorita (mamá: guiño, guiño).

El argumento de la historia es sencillo. En mi familia no necesitamos complicados giros del destino y mucho personaje para tocar el drama con las manos. Básicamente tenemos dos personajes principales: mi madre y el señor que pone toldos. Y tres secundarios: el pinche del señor del toldo, mi hermana y yo, mero público receptor de múltiples llamadas indignadas, varios “esto yo ya lo sabía” y algún “te lo dije, a mí me van a tomar el pelo”.

Antes de seguir voy a dejar claro el final: mi madre tiene razón. Lo digo un poco porque la tiene y otro poco por si os liais y sentís la más mínima empatía por alguno de los personajes secundarios como el pinche del señor del toldo, la hija preferida o yo, la segunda hija preferida (guiño, guiño) y os descentráis de lo importante: que mi madre tiene razón y señor del toldo es el mal.




Escenario: Benidorm. Agosto. 2017.

Hace 3 años pusimos el toldo con esa misma empresa pero fallaron dos cosas el señor y yo. Mi madre no podía ir el día de la instalación así que me tocó a mí supervisar la jugada. Vamos a dejar a un lado mi responsabilidad en esta historia sobre todo porque yo de toldos no tengo ni idea así que poco podía saber si lo ponía bien o mal. Abrí la puerta, le saludé, vi que había colocado un toldo que bajaba y le pagué. Por supuesto, lo puso mal. De cuatro tornillos, dos se quedaron fuera y en estos 3 años, los otros dos se habían salido un poco más de la fachada. Diagnóstico de mi madre (experta en toldos al contrario que yo): "Cualquier día se cae, y tenemos un disgusto. Hay que llamarles y que esta vez lo pongan bien".

Después de un endiablado juego en el que el señor del toldo marea a mi madre con citas a las que no aparece, mañanas perdidas sin bajar a la playa y ni una triste sombra en el apartamento, con sus llamadas de queja a ambas hijas (preferidas y menos preferidas), el tipo le propone a mi madre hacer una chapuza para solucionarlo y le culpa (¡a mi madre!) de haberse dejado el toldo bajado algún día de viento lo que ha provocado que se salgan los tornillos. El señor del toldo casi muere.

Después de dejar claro que la rotura es por su incompetencia (doy fe), de que mi madre jamás se ve sorprendida por un fenómeno meteorológico porque siempre está súper informada del clima (doy fe), y que siendo una drama mamá siempre va un paso por delante de cualquier cosa mala y desgracia que pudiera o pudiese pasar (doy mucha fe), el señor accedió en mandar a alguien en unos días con un presupuesto de reparación de 70 euros para poner dos tornillos y asegurar los otros dos.

Otra vez comienza el juego de "voy no voy", que estoy segura de que el pinche nunca jamás volverá a jugar con otra clienta. Viene el pinche. Bronca acerca de lo impresentables que son con las horas, las citas, y los toldos. El muchacho coloca los dos tornillos bajo la supervisión de mi madre (experta en tornillos). Y le dice:
- Como habíais quedado, son 70 euros señora.
- Perfecto, dame la factura.
- No, son sin factura.
- Bueno, pues a mí me haces factura.
- Pero, a ver, señora que entonces es más caro.
- No pasa nada, me cobras el IVA y así, si se salen los dichosos tornillos, yo tengo una garantía de esto que me habéis hecho. Además mi yerno es inspector de Hacienda (guiño, guiño) y nos tiene muy bien enseñadas de cómo tenemos que hacer esto porque los impuestos son para todos. También para ti para esa carretera por la que has venido, el colegio de tu hijo o para curarte ese catarro que te cogiste por abrigarte mal- el spam maternal no puede faltar nunca.
- Bueno, entonces tendrá que venir el jefe porque yo no sé hacer facturas- dice el muchacho que no sabe por qué se ha puesto recto y se ha retirado un poco el pelo de la cara pero todos nosotros sí lo sabemos.
- Ea, pues que venga.

Aquí tenemos nuestro momento de gloria los personajes secundarios y Teléfonica, que por mucho que se cambie el nombre, en mi casa sigue siendo Telefónica.

Madre: "Te puedes creer, sin factura, ni nada. Unos impresentables. Y porque me he puesto pesada que si no me hacen una chapuza. Están sobrados de trabajo eso es lo que pasa. Está Benidorm todo lleno de toldos, ni cuidan al cliente, ni nada. Una ventana, un toldo y no creo que haya uno bien puesto. Total, la gente se va y le echan la culpa al clima, a la sal y al uso. Y bueno por no hablar de conseguir una factura. Me ha dicho que tiene que venir el jefe a cobrar. Que venga, que venga, que me va a oír".

Hermana: "Sabía que la iba a liar". (Ya no es tan hija preferida ¿eh mamá?)

Madre: "Dos días y no han venido. Y luego dirán que vienen a una hora, y me tienen aquí toda la mañana y no aparecen, ni dicen nada, que se creen que tengo todo el día para tirar. Unos impresentables. Ahora que ya me puede decir misa, yo quiero una factura decente y una garantía. Y si no, pues no pago".

Al tercer día, el pinche llegó con una factura de 120 euros. REPITO: 120 euros. El IVA de toldos de Benidorm es de algo más de un 58%. De los 70 euros iniciales a 120, y mi madre al punto del colapso por cabreo (retomemos esa conclusión a la que ya habíamos llegado: mi madre tiene toda la razón):
- ¿Pero qué locura es esta? ¡Pero si me dijisteis 70 euros!
- Usted quería factura. Yclaro...
- ¿Pero de qué está hecho el papel en Benidorm? ¿de pan de oro? Es casi el doble de dinero, ¿qué tipo de impresentables sois? ¿Factura? Pero si esto es un papelajo sin valor ninguno que llamo ahora mi yerno (guiño, guiño) y os mete un puro que no te lo crees.
- Si quiere, hable con el jefe, que yo de esto no sé.
- Claro que voy a hablar, porque además, ¿cuánto tiene esto de garantía? Aquí no lo pone.
- ¿Garantía?
- Sí muchacho, de las obras, como de los objetos uno se tiene que hacer responsable del trabajo bien hecho. Lo quiero por escrito y firmado. Y si no, a mi yerno. ¿Ves esa carretera de ahí? Pues la he pagado yo. Está claro que tú jefe no.  Y tú tampoco.
- Señora, a mí que me cuenta, que yo soy un empleado.

Aquí entra mi personaje como oyente y futura adalid de causas perdidas:
"Y nada, he pagado los 120 euros después de hablar con su jefe y decirme que tenemos 3 años de garantía. Bueno, y unas cuantas cosas más que le he dicho a ese mangarrán como que si fuera por él iríamos por caminos en vez de por carreteras. Y al pinche le he obligado a firmar el papelajo ese que llaman factura pero no me ha puesto el DNI.  Entonces me ha dado cuenta de que no tiene validez ninguna (mi madre experta en facturas). He salido corriendo detrás de él, pero claro, me he tenido que poner los zapatos buenos porque a ver si me voy a caer que aquí hay mucha humedad y todo resbala, y he comprobado los fuegos y los grifos para no dejarme nada abierto con las prisas, que en cualquier momento se te arma un lío, y claro, cuando he llegado a la calle no se le veía por ningún lado. He gritado un poco: ¡que falta el DNIiiiiiii! Pero no ha dado la cara. Se ha debido camuflar entre la gente que está Benidorm a tope. Y así va el país, lleno de mangarranes, de impresentables que no hacen bien su trabajo y encima son una carga para todos. Y también los que como no es cosa suya, lo dejan pasar. Un post tendrías que escribir, o algo, que se sepa cómo funcionan las cosas. Tú escríbelo, que se sepa. Bueno, nena, pues no te lo creerás pero al final he echado el día con esto".

Mirad, yo de toldos, tornillos o facturas no sé, pero que mi madre no se ha dejado bajado el toldo un día de viento por despiste, lo tengo cristalino.


Todo esto pasó la semana pasada. Yo estaba de vacaciones, y mira, no iba a escribir el post porque no tenía mucho sentido llevando el blog parado un año, y yo tan vaga, y tan ocupada y todo con lo que no vamos a empezar, pero chica, ayer a las 19.26 mi madre me mandó un whatsapp.
Éste en concreto:



Y, claro, yo con mi madre puedo quedar mal, pero que ella rompa una promesa con Angelita porque yo no cumpla con mi palabra, eso sí que no, tenga claro yo quién es Angelita o no. Aunque después de este post me juego lo que quieras a que recibo una extensa llamada en la que, a parte de algunas quejas por culpa de mi imprecisión en el relato, recibiré una detallada explicación sobre Angelita, qué le une con mi madre, su lugar de residencia, su marido, sus hobbies, y toda su genealogía. Lo mismo me da para un post (guiño, guiño).

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