lunes, 20 de enero de 2014

114. Como en casa en ninguna parte

Viajar con una drama mamá no es fácil. Naaaada fácil.  Pero si además, es un viaje improvisado puede ser bastante complicado, o irritante. Probablemente sea irritante.

Primero, una drama mamá viaja con mucho equipaje.  Pero no es un equipaje que tú puedas entender.  Tú coges su maleta, que pesa tres veces lo que la tuya, la abres y no ves nada raro. No hay piedras, ni un yunque, aunque pudiera parecerlo. Solo ves ropa y cosas de aseo, y no te explicas cómo todo eso puede pesar tanto. Tu madre tampoco se lo explica porque siempre acaba diciendo eso de: “No entiendo por qué pesa tanto, si he traído cuatro cosas”.
De primeras ya ves que ahí hay más de cuatro, pero lo vas descubriendo poco a poco. Cuando la primera noche de hotel, tu madre se pone rulos.
- Mamá, ¿has traído rulos?
- Hombre, cómo quieres que me arregle el pelo si no.
- Mamá, has hecho 1100 kilómetros con rulos…
- Sí, y no lo digas así, ni que hubiera traído un yunque.

La segunda noche le dices que tienes las piernas hinchadas, y ella saca una crema de frío. Bueno, puede ser casualidad, piensas, pero al día siguiente tiene algo para la jaqueca, para la acidez de estómago, para una pequeña rozadura, también tiene algo para las picaduras de mosquito, y suero para limpiar las lentillas, y ella, no usa lentillas... Es decir, su neceser de medicamentos pesa cuatro kilos.
También suele tener comida, puede ir desde un caldo casero de pollo ("nena, que esto le templa el cuerpo a cualquiera"),  unas galletas por si te da un bajón de azúcar y algún trozo de pan (“que el pan siempre quita le hambre y da como alegría”).
Luego las chaquetas, rebecas, jerséis, fulares y pañuelos por si refresca. Porque tu madre no solo lleva las suyas, también lleva las tuyas, porque está claro que tú las vas a necesitar.

Plancha de la ropa, perchas, secador, quita pelusas, cepillo para la ropa, bolsas de plástico, muchas, como si fuera la dueña de una multinacional de la bolsa de plástico, un set de costura, zapatillas de andar por casa, una mantita, una mini almohada para el tren, pañuelos de papel y toallitas húmedas como para limpiar la nariz a un colegio entenro. Y por último están los bolsos y la maleta de por si acaso. Sí, una drama mamá siempre lleva bolsos plegables por si se le rompe la maleta principal o acaba necesitando más espacio, que claro, siempre acaba necesitando un bolso supletorio a nada que se compre un mapa de la ciudad a la que va, porque ese mapa, solo ese mapa, puede hacer que su maleta reviente.

Así que con ese sobrepeso los traslados tienden a complicarse. Una drama mamá viaja con previsión. En particular la mía tiene la teoría de que tiene que subir la primera al tren. ¿Sabéis la ventaja que tiene viajar en tren frente al avión? Poder llegar 10 minutos antes. Bueno, pues con una drama mamá no porque tiene que estar la primera en la fila, subir la primera al vagón para colocar la maleta en los departamentos de abajo. Bueno, y por ese extraño miedo a que el tren se vaya sin ella. Tiene que colocarla ahí porque cualquiera levanta esa tonelada de por si acasos y la coloca en las baldas encima de los asientos. Igual Conan o La Masa pueden. Lo que es la nena, no.
El año pasado, tuvimos que hacer un viaje rápido. Y el año pasado yo fumaba (cómo suena de bien decirlo en pasado). Total que llegamos a la estación, un poco justos, es decir con una hora. Mi maleta, la maleta de la drama mamá, la supletoria de siempre, y un par de botes de aceitunas “machacás” y  otro par de de lomo en manteca “colorá” que mi tía Pepi nos había traído a la estación porque nos debió ver ligeras y hambrienta y con ganas de manteca. Es decir, nivel de peso: te cagas.

Y yo, dentro de un arranque de valentía o vete tú a saber si de estupidez, me fui a la puerta a fumar un cigarro. Y lo dije, que me podía haber inventado yo unas ganas irremediables de mear, o incluso una buena diarrea, que  debe de ser la mejor excusa del mundo, porque nadie repregunta. Tú dices en el curro: no vine porque tenía diarrea. Y punto final. Nadie dice ni mú. Eso, y sí tu jefe es un hombre, ginecólogo son las palabras mágicas. 

Bueno, pues no, dije fumar. Así que cuando volví, quedaban 45 minutos para que saliera el tren y la drama mamá estaba a puntico de hiperventilar.  Nos despedimos a toda pastilla y nos lanzamos al andén. Total que miro los billetes, vagón 2, miro el vagón por el que empezábamos: vagón 38. ¿En serio? Más de un kilómetro de tren teníamos que recorrer. A mi madre casi le da algo: “No vamos a tener sitio para la maleta. En las piernas la vamos a tener que llevar. Y todo por fumarte un cigarro. Pues la vas a llevar tú. ¿Y cómo puede haber un tren tan largo? ¡Vamos a llegar andando casi a Madrid!”. Luego se pregunta porque yo soy tan exagerada...
Y allí que llegamos las dos, que por supuesto fuimos las segundas en sentarnos en el vagón. Hubo un momento en que dudamos si soltar lastre, y dejar los botes de lomo en mitad del andén, pero aguantamos. Eso sí, llegamos a nuestro asiento y fuimos durmiendo hasta Madrid. Menuda paliza. No me extraña que ella siempre diga que como en casa, en ninguna parte.

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