martes, 26 de abril de 2011

75. No me, no me, que te, que te…

Esa rimilla que podía ser una canción infantil y sin embargo era el terror de mi infancia. Esta frase era puro misterio. ¿Cómo sería el final? Siempre quedaba inconclusa porque había que ser un niño muy tonto para preguntarle a tu madre cómo terminaba. Pero que muy tonto. Uno se lo podía imaginar perfectamente gracias a sus sutiles pistas: sus ojos teñidos de ira, sus cejas apuntándote como si fueran a lanzar un proyectil, la vena que le surcaba la frente… Las típicas pistas de: nena cállate y, si el pánico te deja, corre.

Cuándo lo utilizaba:
Cuando le había sacado de quicio. Es decir, con bastante frecuencia. Un ejemplo práctico. El día de mi comunión. Yo con mi vestido de princesa, feliz. Por primera vez me había librado de los disfraces de doña Rogelia, judío ortodoxo, de basura… Por fin era una niña princesa, pero… En mi vida siempre ha habido un pero y éste era que mi hermana tenía que usar 4 años después el mismo vestido para su comunión:
- Nena, ¿tú sabes lo que vale ese vestido? Ni el mío de novia valía tanto. Así que lo cuidas bien, te lo pones para la ceremonia, y después de las fotos, te cambiamos por uno que me ha dejado tu tía que es muy mono, con un babero, y que está casi nuevo.
- Mami, pero es que ese es un vestido normal normal, y yo quiero ir de princesa para siempre. Ya no me voy a quitar éste nunca más en mi vida.
- De eso nada, que tiene que durar para tu hermana y para tu prima también. Y luego a guardar, que vale un dineral. Y no quiero oír una palabra más.
El caso es que el día D, mi madre estaba tan nerviosa atendiendo a todo el mundo que se dejó el plan B en casa y se llevó un gran disgusto. Aunque yo conseguí aumentarle el disgusto un poco más. Así era yo, una niña entregada. Ahora que fue un disgusto boomerang, vamos, que me vino de vuelta.
- Nena, te quedas en tu sitio sentada toda la comida, y ponte bien de servilletas, que siempre te manchas, que no sé si tienes un labio roto o qué, y no cruces los brazos que se arruga el vestido.
- Jo mami pero es un rollo, yo quiero estrenar los patines.
- ¿Rollo? ¿Qué crees que va a pensar el niño dios si el día de tu comunión me desobedeces? Ay… que paciencia. Te quedas ahí quieta y que yo te vea. Y siéntate recta que no eres un mono.
Se ve que por la adrenalina del día, es decir, porque me habían regalado una bici, un organillo, una tele (sí, la primera tele que entró en mi casa), un reloj, una muñeca y unos patines, yo pensé: “¿Qué puede pasar? Si solo voy a probarme los patines un poquito, luego me los quito y nadie se va a enterar”. Esa soy yo, una niña llena de optimismo. El caso es que en uno de los viajes al baño, me escapé, me puse los patines y pensé: “¿Qué va a pasar porque baje esa cuestita tan pequeña? Si solo la bajo, me los quito y los devuelvo y aquí nadie se entera de nada”. Esa soy yo otra vez, una niña imbécil. Lo que pasó es que me empotré contra una columna y al intentar frenar enganché el bajo del vestido con el freno del patín. Lo que pasó después es que empecé a sangrar y mi primo Miguelito (el chivato de mi primo Miguelito) fue corriendo a decirle a mi madre lo que había pasado. Lo que pasó justo después de que mi primo Miguelito y yo rompiéramos relaciones para siempre, fue que mi madre me agarró de un brazo mientras yo comenzaba a llorar y me llevó al baño a limpiarme la sangre. Y cuando traté de explicarle lo que había pasado:
- No me, no me, que te, que te.
Y oye, la niña imbécil que habitaba en mí lo entendió perfectamente.

Consecuencias del consejo:
Pues las rimas tontas me ponen alerta. También me pasa con las adivinanzas. Oigo: “Oro parece, plata no es” y yo me tenso: “¿Dónde está el truco? Ahora es cuando me llevo un sopapo. Seguro que llega. Tiene que llegar”.
Segunda consecuencia: mi hermana hizo la comunión con un vestido por encima de los tobillos. Mi madre le cortó todo el trozo roto y le hizo un dobladillo. Incluso le insistía por las noches en que no creciera mucho, que ya habría tiempo decía. Estaba más graciosa... El vestido le hacía un efecto campana para verlo. Me encantaría enseñaros la foto, pero me ha dicho que rompemos relaciones como la publique.
Mi prima, sin embargo, creció demasiado y no pudo reutilizarlo. Así que mi madre me descontó de la paga durante años parte de su vestido. Que tampoco es que yo lo notara porque como de mi paga también salía el dinero para el espejo del baño que había roto, para la colcha de ganchillo que quemé sin querer, para la muñeca de mi hermana a la que arranqué la cabeza, para el jarrón que rompí en una tienda… Vamos, que hasta los 17 años que saldé mis deudas, no recibí paga.
Cuarta consecuencia: a mí tener una hipoteca no me agobia, como que estoy acostumbrada.

Excepciones para utilizarlo:
Futuros hijos míos, lo siento. Cuando eres madre se ve que te da por decir esa rima: "no me, no me, que te, que te…" Viene con el cargo de madre junto con otras frases mágicas que nadie entiende como: “¿Qué hay de comer? “Comida”, “¿Te crees que la policía es tonta?”, o “Mamá me aburro” “Pues cómprate un burro”. Creo que lo llaman el enigma de la maternidad… ¡Ah y también! "Manga a la sisa", que debe forma parte del esperanto de las madres, porque jamás se lo he oído decir a nadie que no tuviera hijos.

lunes, 18 de abril de 2011

74. Daos un beso y pedíos perdón.

Bueno, tengo que admitir que la mayoría de las veces esta frase mi madre la formulaba diferente: “Dale un beso y pídele perdón”. Pero hombre, alguna vez, mi hermana también tenía la culpa. Alguna, digo.

Cuándo utilizaba el consejo:
Cada vez que nos peleábamos. Y, casi siempre, por mi culpa. Mi hermana es una de esas personas que raramente se enfada. Tiene una capacidad de entrega y una tranquilidad que, a pesar de ser cuatro años más pequeña que yo, siempre ha parecido que era la mayor. Yo he sido la niña de las broncas, los chichones y los gritos. Probablemente, dios pensó en compensar a mi madre. Y ella era la niña plácida que sabía reírse como nadie. En serio, tiene una risa contagiosa que deberían dar por la tele cuando el país anduviera deprimido. Bueno, pues a pesar de su personalidad, he conseguido sacarla de quicio. Es otra de mis virtudes, esa y la de vomitar si me concentro. Lo sé, dios ha sido generoso con sus dones.
Normalmente empezábamos suave: que si un empujón porque ese tangram es mío (hay que ser friki para pelear por un trangram pero la necesidad hace milagros), que “de eso nada que me lo regaló la mamá a mí”, un empujón de vuelta, que te piso un pie disimuladamente porque “yo lo estaba usando primera como techo para mi casa de muñecas”, pues yo te piso el pie sin disimulo porque “en la caja del tangram viene mi nombre”, que si “me da igual porque soy la mayor y todo lo que me dé la gana es mío para eso llegaste después” y te meto un pellizco pequeñito (que esto entre hermanos es algo parecido a la invasión de Polonia), y yo te tiro del pelo y “el tangram es súper mío aunque sea la pequeña”, y yo te meto un mordisco que “tú lo que eres es adoptada porque no te pareces en nada a los papás”, y ahí, sí, Hirosima y Nagasaki juntos: tirones, pelliquiztos mortales, patadas, mordiscos y ella gritando: “Eso no es verdad, que todo el mundo dice que soy igual que el abuelo. Retíralo ahora mismo, retíralo o te tragas el tangram pieza a pieza, la grande también”. Bueno mientras tenía lugar esa amable y distendida charla entre hermanas, llegaba mi madre, nos pegaba cuatro gritos y decía:
- Que nos os vuelva a oír discutir. Las hermanas se quieren, no se pegan. Y ahora, daos un beso y pedíos perdón.
Y nos dábamos un beso, que si el aliento pudiera matar, yo a mi hermana la hubiera petrificado varias veces y ella decía:
- Perdóname- pero yo oía perfectamente dentro de su cabeza: “Perdóname zorra pero ya estás corriendo en cuanto salga la mamá porque te pienso pisar la cabeza bonita”.
Porque dios, imagino que también para compensar, hizo que mi hermana menor pudiera, a los pocos años, hacerme placajes y sentarse encima de mí para dejarme inmovilizada. Dios, sus dones y sus actos de justicia a veces no me han hecho ni jodida gracia.

Consecuencias del consejo:
Primera: soy realmente buena escapando a una inmovilización. Mi nombre de guerra era: la lagartija.
Segunda: si alguien me dice “perdóname”, me dan ganas de salir corriendo, por si después me quiere pisar la cabeza.
Abusé durante años del recurrente: “eres adoptada” al ver que funcionaba tan bien. Ella abusó durante años del placaje. Así que, cuarta consecuencia: algunos dedos del pie rotos contra los quicios de las puertas derrapando para huir de mi hermana. Quinta consecuencia: trato cercano con el pediatra de urgencias con el que mi madre conserva, 25 años después, una agradable amistad.
Sexta consecuencia: no entiendo eso que dice la gente de que pedir perdón es difícil. A mí me sale solo. Ahora, de ahí a que le perdone de verdad… zorra de mierda.

Excepciones para utilizarlo:
Futuros hijos míos, tener una hermana es la leche. Ojalá tengáis la suerte de tener una como la mía: que os acompañe en todos los juegos y te crea cuando le dices que puede volar, una hermana que aguante broncas por ti, que te traiga chocolate cuando te castigan, que te apoye en los actos de rebeldía aunque no vayan con ella, que se coma tu acelgas cuando tu madre se da la vuelta y, que de adulta, siga conservando esa risa que lo llena todo. Pero incluso con una hermana como la mía, cuando invadáis Polonia, no pienso decir: “daos un beso y pedíos perdón” porque sé que es inútil. Es como cuando te mandaban al rincón de pensar. ¿A pensar en qué? ¿Realmente hay algún adulto que crea que el niño está pensando en que ha hecho mal en romper un jarrón por jugar al balón dentro de casa? El niño está pensando: “Esto me pasa por imbécil, la próxima vez le echo la culpa a mi hermana”. Aunque luego, jamás lo haga porque todos sabemos que una cosa es un pellizco mortal y otra muy distinta chivarse de una hermana. Eso no hay dios que lo compense.

miércoles, 13 de abril de 2011

73. No te sientes en un baño público que te puedes coger cualquier cosa.

Yo no meo como la gente normal y menos en un servicio público, bueno, en general, trato de no pisar un servicio público ahí me reviente la vejiga.

Cuándo utilizaba el consejo:
Pues cada vez que salía de viaje, o iba a la biblioteca, o a veces incluso cuando salía de casa sin más, por si me daban ganas de mear:
- Nena, no te sientes nunca en un baño público que te puede coger el sida ese o cualquier cosa. Y quita el primer trozo de papel higiénico que a saber quién ha sido el último en tocarlo, que se quedan las bacterias y todo ahí pegado. Primero tiras el papel, luego limpia la taza, pero sin tocarla para nada, y luego no te sientes, que te digo que te pillas cualquier cosa. Un truco es ponerse de cuclillas encima de la taza, pero levanta la tapa, que no sea mi hija la que va dejando sus huellas en cualquier lado, que sean las de otros. ¡Ah! Y es de muy mal gusto que te oigan orinar (sí, mi madre dice “orinar” y “hacer de vientre”), que hay mujeres que parecen vacas. Eso no es de señoritas. Así que tira de la cadena antes, para disimular. O echa papel. Yo tenía una tía que decía que siempre había que orinar en blandito. Era una señora muy elegante, la tenías que haber conocido, con un moño bajo y un pañuelo blanco al cuello… Es que me impresionaba desde niña. Pues desde que me lo dijo, yo orino en blandito. Bueno, y hacer de vientre… (ella ya solo con mencionarlo se pone incómoda) pues en casa, que es una cosa que no se hace por ahí. ¿Me estás oyendo?
- ¿Y si me dan ganas?
- Nena, las ganas se educan, como todo en la vida.

Consecuencias del consejo
Tengo para elegir:
Primera: poseo una vejiga portentosa, capaz de aguantar horas y horas. En esto también ha colaborado mi no drama papá que, en 712 kilómetros a Benidorm, paraba una vez en el Milagro de Teruel, y teníamos 20 minutos para comer, mear, y estirar las piernas. Yo lo hacía todo a la vez. Meada multitarea.
Segunda consecuencia: no soporto que la gente me oiga mear. Tú dirás: qué tontería. Pues sí, es una tontería pero yo me he subido cinco pisos en la facultad para mear en los baños de arriba porque siempre estaban vacíos, he sufrido en todos los pisos que he compartido la humillación de tener que explicar porqué siempre tiro dos veces de la cadena (y contando por encima he tenido más de 14 compañeros de piso, lo que supone muchas humillaciones), se me han cortado las ganas si alguien entraba en el baño por sorpresa (no en el baño en el que estaba yo, que sería normal, sino por ejemplo en los baños de la biblioteca donde había 20 urinarios más) aunque estas sorpresas también han mejorado la capacidad de retención de mi vejiga. Una tontería sí, pero tengo una aplicación en el móvil que hace el ruido del grifo exactamente con el propósito de que la gente no te oiga mear. Y digo yo que si han hecho una aplicación, será que existen otro montón de taradas que no soportan que las oigan mear. Y tú dirás: mal de muchos, consuelo de tontos. Pues sí, pero es que a mí ser tonta siempre me ha dado un poco igual. Convivo con ello con naturalidad.
Más consecuencias: vivo con culpabilidad constante porque yo soy ecologista. No en plan brava, pero cada vez que abro el grifo o tiro dos veces de la cadena sufro. Ahora, que la tonta que habita en mí puede más que la ecologista. Eso también os lo digo. Así que tengo que reciclar el doble para compensar mis excesos de pudor. Esto a su vez me ha causado numerosas discusiones con mis novios y compañeros de piso: seis papeleras le parece excesivo a todo el mundo. Así es la gente de insolidaria.
El papel higiénico que no falte. El pan está sobrevalorado en la lista de la compra.
Una vez fui feliz. Fui al baño con una amiga y entré con ella porque la puerta no cerraba. Realmente fue así. No soporto que me oigan mear pero tampoco ver como otros mean. El caso es que mi amiga cogió el primer trozo de papel con mucho cuidado, como si pudiera explotar, lo tiró al wáter, arrancó más trozos, limpió la taza, levantó la tapa, se puso de cuclillas y entonces se giró y le dio a la cadena antes de mear. En serio, fui muy feliz. No hay nada como mirar a los ojos de otra tarada mientras mea para comprender que encontrarás a más gente que te quiera con todas tus miserias, y tu papel higiénico en cantidades industriales.

Excepciones para utilizarlo:
No voy a poder. De verdad que no. Yo intentaré educaros para que meéis libremente, en blandito o en plan vaca. Pero no sé si podré. Y sobre todo, si no conseguimos que este drama consejo se me despegue, no os mandaré a un campamento medio hippy con letrinas en las que tenías que recoger luego la tierra para utilizarla como abono para que entendiéramos el ciclo de la vida. Mira, eso es una cerdada, y hace que casi acabase el campamento con un enema. Futuros hijos míos, creo que se puede tener una vida normal sin conocer el ciclo de la vida. Eso sí, nos vamos a saltar lo de “orinar” y “hacer de vientre”, que bastante dura es la vida social de un niño.

lunes, 4 de abril de 2011

72. Nena, come zanahorias que es bueno para la vista.

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Mi merienda durante años, vamos, desde que aprendí a masticar hasta la adolescencia, incluía una zanahoria y un consejo:
- Anda, no te quejes y sigue mordiendo que la zanahoria va muy bien para la vista, que lo han dicho en la tele y, además, te pones morenita, que estás más guapa.
Ese atracón de zanahorias duró hasta que me pusieron gafas, con 14 años. Ahí, ya me negué.

Cuándo utilizaba el consejo:
Pues eso, siempre que me hacía comer una.
- Mami, yo no quiero más zanahorias, que están muy malas.
- Tú sí que estás muy mala. Que te la comas o no te doy bocadillo después, que es bueno para la vista nena. Si yo lo hago por ti.
- Mami pero si yo veo bien. Mira, ahí pone “Enciclopedia Larousse”. Lo leo perfectamente.
- Porque comes todos los días una, si no estarías cegata del todo y no podrías ver ni tus juguetes y te aburrirías mucho (Ahí, aterrorizando un poco). Mira los conejos que ven de maravilla porque comen muchas.
- ¿Y cómo sabe la gente que los conejos ven bien? Los conejos no hablan...
- Porque lo digo yo ven bien los conejos, pesada, que eres una pesada. Come eso ya y deja de entretenerme.
- Pero mami, Martita no come zanahorias para merendar y no lleva gafas.
- Pero las llevará, nena, tiempo al tiempo. Y acábate esa que me estás hartando.
- Es que se me hace bolo.
- Mira, nena, a nadie en el mundo se le hace bolo una zanahoria, a nadie. Que tienes mucho cuento o eres la niña más rara del mundo, no puede ser. Porque ¿tú haces saliva no? Es que no me cabe en la cabeza. Me agotas, me agotas del todo. Todo el día igual con esta niña, todo es una pelea (Cuando mi madre hablaba de mí, como si yo no estuviera delante ¡PELIGRO!). Todo el día preocupándome porque coma bien, duerma bien, estudie, y la niña siempre dando guerra. Ahora, que un día me voy a hartar, y te voy a dejar hacer todo lo que quieras, y entonces ya verás. Cuando tu vida sea un desastre y te cojas todas las enfermedades, entonces te acordarás de mí. ¡Y traga ese bolo ya! Que al final la vamos a tener.

Consecuencias del consejo:
Nunca llegó ese día en el que me dejaba hacer lo yo quisiera, ni siquiera ahora a los 32. Estuve años pensando: "Hoy es el día, hoy me deja hacer lo que quiera". Pero no, no se animaba. Así que no he podido corroborar si mi vida se iría al garete. Tengo mis dudas.
Segunda consecuencia: un tono bronceado todo el año durante mi infancia.
Tercera: odio las zanahorias con toda mi alma, y crudas, es que me dan náuseas.
Cuarta: incredulidad absoluta ante el poder curativo de los alimentos. Así que Saber vivir me parece un cuento chino. No veo de lejos. Tengo miopía, cinco dioptrías en cada ojo. Vamos, que si me quito las lentillas, no me veo las manos, eso ya es lejos para mí. Tanta jodida zanahoria para nada.
- Mira mamá, ya voy por cinco dioptrías, pues si que me han servido todas esas zanahorias que me has hecho comer-se lo dije con rintintín la última vez que fui al oculista. ¡Ay! A estas alturas y no aprendo. El rintintín con una drama mamá es como un boomerang, te vuelve y te da en toda la cara.
- Pues nena, da las gracias a esas zanahorias que, en vez de cinco, tendrías quince dioptrias si no te hubiera dado tantas. Así que hoy para comer voy a echarte unas pocas en la ensalada, por si acaso.
Ahí tienes tu rintintín. Por lista.

Excepciones para utilizarlo:
Futuros hijos míos, pasamos de las zanahorias. He buscado en Google y unos señores (que debieron tener una madre como la mía) han hecho un experimento: han comido 30 kilos de zanahorias en 3 semanas (que ya hay que tener ganas de quitarle la razón a tu madre para comer tantas). Y han demostrado que no sirve para nada. ¿Lo oyes mamá? Para nada. Que dicen que el mito se originó durante la Segunda Guerra Mundial, "cuando el ministro británico de aviación declaró a la prensa que sus pilotos disfrutaban de una gran agudeza visual que les permitía abatir a los aviones alemanes desde muy lejos, incluso por la noche, gracias a una dieta muy rica en zanahorias. En realidad, esta falsa propaganda solo pretendía esconder una nueva tecnología de radar que habían desarrollado sus científicos, la cual permitía localizar y apuntar a los aviones alemanes antes de que cruzaran el canal de la Mancha".
O sea, que yo he comido ingentes cantidades de zanahoria por culpa de un radar. ¡Qué daño ha hecho la propaganda de guerra a generaciones de niños! No me jodas, hombre, y encima cualquiera se lo cuenta a mi madre, ya estoy viendo al rintintín explotarme en la cara.