jueves, 20 de febrero de 2014

Feliz en tu día

Mi cumple me encantaba. En serio, era un encantar tipo convulsión. No dormir la noche anterior, levantarse con las manos sudadas y miraba a cualquiera que me encontrara por el pasillo con cara de: “Felicítame, soy un ser súper especial al que debes celebrar”. Claro, que yo por el pasillo me encontraba a mi padre, mi abuela, mi hermana o mi madre, que me querían y tenían para mí unos besos sonoros y achuchados mi abuela y un billete arrugado en la mano, o una siempre cariñosa colleja de hermana,  o un abrazo de mi padre, o un regalo mi madre, siempre detallista.  Pero tampoco es que hubiera trompetas celestiales de celebración por haberme conocido.

Es más, recuerdo un año que a mi hermana y a mi padre se les olvidó y estuvimos desayunando en silencio los tres, yo indignadísima, atragantándome con los grumos del Colacao, y ellos sin percatarse de que mi cabreo no era un brote más de adolescencia, hasta que se levantó mi madre y entonces se dieron cuenta y no van ¿y me felicitaron sin más? Ni flagelarse ni nada. Un par de besos y anda, nena, sigue con tu vida.

Blogodisea
Así que me iba para el cole pensando: “Allí sí que va a ser la leche”.  Bueno, pensaba más en cosas  como “Va a ser la monda”,  porque si yo pensaba en tacos mi madre me lo veía y la colleja de celebración pasaba a ser colleja sin más, que picará igual en el cuello pero desde luego no en el orgullo…

Llegaba al cole y mi madre, educativa ella siempre, en vez de ponerme una bolsa de gusanitos para cada niño, o unos siempre agradecidos triskis al jamón, o yo que sé, unos Sugus de la marca Sugus o una piruleta de los pitufos para repartir, no, ella elegía cosas sin azúcar, tipo esas piruletas que llevan un palo de papel pegajoso que hacía pelotillas en la lengua y el palo era sin lugar a dudas mucho más sabroso que el caramelo, que sabía a NADA de color ¡naranja o de limón! Cuando de toda la vida a los niños les gusta la fresa o la cocacola.

Pero nada de eso aplacaba mis ansias de que fuera un día especial. Ni siquiera que mi madre invitara a todas las niñas a mi casa, nos sentara en el suelo del salón y nos hiciera jugar al 1,2,3 educativo. Tampoco que hablara con el resto de madres para que me hicieran regalos prácticos y acaba recibiendo 20 libros, 2 tangram, una armónica, calcetines y bufandas. No. Los tangrams tampoco.
 
Nada de eso podía con mis teatrales ganas de que fuera un día especial. Ni siquiera tener una prima que cumple el día anterior a mí de manera que siempre hemos compartido tarta, y hemos soplado las velas a la vez,   y nos hemos peleado por el típico pollo de plumas que ponían en la tarta.

Nada. Tantas han sido mis ganas de que fuera especial que con 22 años, estaba en el Sáhara un 21 de febrero, es decir invierno, es decir que hacía un frío de pelotas, como 10 grados o así. Pero había una piscina y era mi cumple e Iban, un amigo que sabía cómo venderte casi cualquier cosa (por eso tiene ahora es socio de Franziska, una agencia de publicidad), después de insistir que nos diéramos un baño a las 4 de la madrugada porque siempre que ves una piscina es lo que tienes que hacer, meterte, me dijo:

- ¿Cómo no vas  bañarte? Si no te metes te acordarás el resto de tu vida de que cumplías 22 años, un 21 de febrero, estabas en el  Sáhara, había una piscina pero no te bañaste. No, tú no te bañaste, tú fuiste de los que se fueron a dormir.

Así que por supuesto me tiré a la piscina. Que según entré, salí despedida hacia afuera como si aquello más que agua helada fuera agua sagrada y yo la niña del exorcista.  Me costó estar con catarro el resto del viaje, incluida un poco de fiebre, pero ¿quién se acuerda del catarro? Yo me acuerdo del día que estaba en el Sáhara y cumplía 22 años y nos bañamos de noche, a la luz de la luna,  había niebla y me regalaron un martillo anti incendios y fue genial.

Pues a pesar de esa intensidad teatrera, se me gastaron las ganas de cumple. Tal cual. No tiene nada que ver con cumplir años, siempre he aparentado más edad de la que tengo, es el espíritu de resabiada que me acompaña, estoy acostumbrada a una vejez prematura. Es porque ya sé que no va a ser tan especial, y cada vez quedan menos personas que encontrarme por el pasillo.

Eso sí, hasta con pocas ganas, tengo preparado para mañana un desayuno estupendo para los del curro: con bien de azúcar y de colesterol, no se vayan a pensar que yo era de esas niñas que llevaba un caramelo sin azúcar para el recreo. De eso nada, mis cumples siempre han sido muy especiales, de doble ración de sugus azul para todo el mundo, un derroche total.

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martes, 11 de febrero de 2014

Yo decido

No lo iba  hacer pero leí a Peineta y me he sentido también cómplice por el silencio.

No lo iba a hacer porque me muero un poco de miedo. Me da miedo meterme a opinar sobre algo tan privado, algo con tantas connotaciones, con tantos dilemas y dudas.

No lo iba a hacer porque es complicado, porque es íntimo, porque es personal.  Pero parece que al gobierno no le parece tan personal ni tan íntimo.

No lo iba a hacer porque allá cada una. Pero parece que las mujeres no tenemos capacidad de elegir, de decidir, de saber.

No lo iba  a hacer porque igual al final dicen que van a cambiar el anteproyecto pero entonces ¿por qué lo proponen?

No lo iba a hacer pero igual cuando metan ese último cambio ya es tarde, y han vuelto a saltarse toda la opinión pública, una vez más.

No lo iba a hacer porque no quiero que la gente sepa qué pienso del aborto, porque me cuesta saber qué pienso realmente de algo que creo es siempre doloroso.

Sobre todo, no lo iba a hacer porque no sirve de nada pero oí la sandez de que aumentaría la tasa de natalidad y con ella habría una mejora económica y, entonces sí, me han dieron ganas de quemar la radio, el congreso, y lo que haga falta.

No lo iba a hacer porque cada vez que escribo de temas así tengo que aguantar muchos comentarios, en el blog, pero sobre todo en la vida real. Incluso los de mi carnicero que me dijo: "No tienes ni idea, la sanidad pública apesta". Después de mi post Creo en la sanidad pública y universal. Y yo no tengo ganas de hablar con mi carnicero de políticas sociales, ni con el camarero, ni la frutera, ni con mi compañera de trabajo.

No lo iba a hacer porque mi madre seguro que me dice algo por hablar demasiado, que está más que claro que es uno de mis defectos.

No lo iba hacer pero he imaginado a las mujeres dentro de unos meses, culpables ya. Las que tengan dinero abortando, aquí o en el extranjero, como ha pasado siempre, con las mujeres de izquierdas y también con las de derechas, incluso las de centro. Todas. Las que no tengan dinero, ya veremos, si haciendo barbaridades, o como ilegales en manos de cualquier bárbaro.  E imagino también a los psicólogos diciendo si están locas o no, si se volverían locas o no al ser madres.  Y ellas esperando, la decisión sobre su vida, su cuerpo, y sus hijos. 

Y entonces me ha dado tanta pena... He pensado en esas mujeres que hoy votan en el congreso  perdiendo una libertad que habíamos adquirido, una libertad que otras mujeres lucharon por mí. Y no sé, a pesar de que quejarse no sirve de nada, igual alguna me lee. Igual alguna cree que todavía nos quedan muchas guerras que luchar a las mujeres, las de izquierdas y las de derechas, y que sería una pena añadir una más a la lista.  Porque, digan lo que digan, esta guerra la volveremos a ganar.