miércoles, 18 de septiembre de 2013

Capítulo 1: Mejillones al vapor

Abbey Long
Igual se os ha olvidado porque no he sido para nada pesada, bueno, un poco, lo justo... Pero tengo otro librito, un rosa. El pobre es un segundón porque de cada 10 mails que recibo, solo 1 me habla de él, pero es bonito y está hecho con mucho cariño. Y bueno, esta semana me han llegado las alertas de que está pirateado en 5 foros distintos. Yo entiendo que la vida está muy mal, y prefiero que mi segundón se lea aunque sea pirateado, pero he pensado que igual siendo un pelín más pesada, alguién podría animarse a comprarse mi libro rosa y, poco a poco, acecarme un pelín a mi casa en la playa.
Perdonad la pesadez, aquí va el primer capítulo.

Capítulo 1: Mejillones al vapor

Me levanté un sábado. Yo tengo mal despertar incluso a las once del mediodía. Mi padre decía que era un castigo tenerme que levantar de la cama porque era capaz de soltar auténticas barbaridades del tipo: «Mal padre, que eres un mal padre. ¿Cómo puedes levantar a tu hija querida a las ocho de la ma-ñana? Si me quisieras no me harías esto.» Yo se lo decía con diez años, once, doce... Hasta que se le hincharon las narices y un día me dijo: «Mañana no te levanto. Si no estás lista, te vas andando. Y si llegas tarde al cole, vas a cenar vainas tantos días como minutos llegues tarde.» Oye, mano de santo...
A mi pobre novio, un día que vino en plan amoroso a despertarme: «Cariño, son las siete, levántate», le dije: «Eres un cara culo.» Totalmente en serio. Me salió del alma. Eso fue hace tres semanas.
Así que con ese humor, que más bien es un «deshumor» mañanero, me levanto, voy a la cocina rugiendo, me doy un gol-pe con la esquina de la puerta, suelto un taco, mi madre me mete una colleja y, cuando voy a encender la cafetera, veo en la enci-mera: una tabla de cocinar, unos mejillones, una sartén, una botella de vino blanco y medio limón. Y sin dejarme ni siquiera tomarme ese café que me hace ser, casi, una persona, me dice:

—A ver, tú querías aprender a cocinar, ¿no? Pues hoy va-mos a hacer mejillones al vapor para el aperitivo.
—¿Te refieres a «hoy» o a «ahora»? Porque son dos cosas distintas — dije, y pensé en terminar la frase precisando: «Muy distintas, cara culo», pero no lo dije porque también había un cuchillo en la encimera, y yo ya iba caliente con la colleja.
—Mal empezamos, nena, mal empezamos. Si ya decía yo que enseñarte a cocinar a ti es imposible, no tienes actitud.

Entonces vi que era una prueba. Algo en su cabeza había hecho clic, y aunque yo todavía no sabía por qué, mi madre me iba a regalar uno de los mejores recuerdos que siempre tendré: un montón de horas aprendiendo a cocinar. La verdad es que no tuve en cuenta el montón de collejas, ni los gritos, ni las discusiones y ni esos golpecitos en los nudillos con una cuchara de palo cada vez que metía los dedos dentro de un plato o de un bol. Que esos golpecitos me parecen una de las mayo-res torturas del mundo. Pues no tuve en cuenta nada de eso, sólo pensé: «Nena, esta prueba tienes que pasarla, que te estás jugando la casa en la playa», pero justo después pensé: «Bueno, pero después de tomar un cafelito, ¿no?»
—NOOOOOOOOO. Que pareces tonta, nena. Mira, mejor lo dejamos ahora mismo. Así no se puede. Te tengo todo preparado, y tú, a tus cosas. Ya te dije que era una mala idea.
—¿Mis cosas? Mamá, no seas exagerada, sólo quiero desayunar. Por no comentar que a ver quién tiene cuerpo de zamparse unos mejillones recién levantada de la cama...
—Si fueras una persona con fundamento y te levantaras a una hora normal... Que duermes como una adolescente, nena.
—Bueno, no pasa nada, enséñame cómo se hacen unos mejillones. De verdad que quiero aprender.
—¿Seguro? ¿Me vas a prestar atención y no te vas a poner a mirar el móvil en dos minutos?
De verdad que me apetecía hacer ese pequeño experimento familiar, así que dije:
—Prometido, mamá, yo me quedo aquí calladita y te miro.
—¿Que me miras? Anda, nena, agarra esos mejillones y pásalos bien por agua, y les quitas bien las barbas y las algas. La que te mira soy yo. Pues sí que vas tú buena. A cocinar se aprende cocinando, como todo en la vida.
—¿Cómo que «barbas»? Mamá, que ya sabes que a mí me roza un alga en el mar y soy capaz de hacer un Usain Bolt.
—No sé qué es eso, pero así no vamos a ninguna parte. Si quieres aprender, te tienes que manchar. Agarra el mejillón, el cuchillo y a raspar.
Y todo esto en ayunas. La verdad es que me cagué mentalmente en Planeta, en mi editora, y en mi idea de complicarme la vida. Pero hicimos los mejillones. Vamos, que si los hicimos, y oye, luego nos los comimos, y ni tan mal. Nadie tuvo diarrea, ni náuseas. Fue la primera vez en mi vida que alguien dijo: «No están nada mal.» Se notaba el miedo de mi madre y de mi novio. Al principio sólo se atrevían a chupar una esquinita, con el ceño fruncido, y el móvil premarcado con el número de emergencias. Pero, oye, pues no estaban mal.

Ingredientes:
• Doce mejillones gallegos limpios. Bueno, limpios quiere decir que los limpias tú. Que no te engañen.
• Cinco granos de pimienta negra. Y no, no te sirve igual molida. No empieces haciendo trampas.
• Una hoja pequeña de laurel y un limón.
• Una cucharada de vino blanco tipo fino, seco. Una tontería: que, cuando vayas a comprarlo al súper, no pone «Tipo fino, seco» en la botella, y probablemente al señor del pasillo de las botellas le haga gracia que se lo preguntes así. Lo digo por decir, que no es que el señor del pasillo del súper de al lado de mi casa me sonría y me salude cada vez que voy. No es eso.

Preparación:
No andes pidiendo un café. Actitud, hombre, actitud.
Limpia bien los mejillones debajo del grifo.
Quítales las barbas con ayuda de un cuchillo, desde la parte más estrecha hacia el lado opuesto, y aguántate las náuseas.
Si se resiste, frótalo con un estropajo duro. Sigue aguantando las náuseas.
Comprueba que no huelen y que están vivos golpeando un poco la concha. No hagas como que el mejillón habla con el acento de Chiquito de la Calzada. No es gracioso y te distrae. Y si te distraes, te salen malos.
Pon una sartén a calentar con un chorrito de vino, la pi-mienta y el laurel. Para eso, tienes que saber qué es el laurel y comprarlo en el súper. Echa los mejillones limpios una vez caliente.
Luego los tapas y agitas la sartén. Sin que salte todo, que eres un desastre, hombre, ya.
Los pones en un plato y los rocías con limón.

Ingrediente esencial para cocinar mejillones al vapor
Actitud, coño, actitud. Saber que puedes con ellos, aguantar las náuseas al quitarles las barbas, comprobar que no hay ninguno muerto, olisquearlos y golpearlos, hacerlo otra vez por si acaso. Más actitud. Y, oye, entre vosotros y yo, la receta mejora bastante si has desayunado, y si no tienes a tu madre gritando detrás de ti. Pero bueno, no estaban mal. Aprobado raspado.

Pues eso, mi segundón:
En la cocina con la Drama mamá. El libro de recetas que no conseguí escribir en:
EBOOK y -PAPEL















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miércoles, 11 de septiembre de 2013

La vez que fuimos famosas

Mercado Atarazanas
Elena no lo sabe pero ha pasado a ser una de las historias en mi familia. E incluso escribiendo este post, Elena, a la que casi no conozco, puede que no me crea, que piense que soy una exagerada, que invento mucho, puede, Elena, puede, pero entre todas las batallas que contaremos alrededor de una mesa, en la que probablemente haya vainas y comida para 70, (seamos 5 o 15) Elena será una de nuestras historias. 

Hace poco, mi madre y yo nos escapamos a Málaga. En realidad, fue por un mal motivo, había fallecido un familiar. Ella viajó directa desde Pamplona vía Zaragoza, y yo, dos días después, desde Madrid. Cogimos un hotel a toda pastilla, mi hermana y yo que casi no hemos estado en Málaga, y conociendo a mi madre solo buscamos dos cosas: que estuviera cerca de lo que nos parecía el centro en Google Maps y que tuviera pinta de muy limpio. Y, oye, acertamos. Elegimos uno pequeño, bonito y familiar, el Hotel Atarazanas, y estaba en el mismo centro en frente de un mercado, que eso a una drama mamá le pierde, porque puede comparar los precios de todos los pescados con los de su ciudad:
- Nena, mientras te esperaba, me he metido en el mercado y las almejas están a 4 euros el kilo. En Pamplona, por 4 euros, los pescaderos te saludan, pero vamos, no te dan ni la concha de la almeja.

Al día siguiente:
- Nena, me he ido a pasear por el mercado porque tú ya sabes que yo me desvelo, y a las 6 estoy en pie. Pues resulta que tienen unas gambas a las que casi puedes darles la mano y tratarles de usted, enormes. Eso en Pamplona son más bien besugos. ¡Que pescados tienen! ¡Y casi regalados!

Al tercer día:
- Pues nena, me ha dicho Mateo.
- ¿Mamá, quién es Mateo?
- El del primer puesto por la izquierda,
- ¿Ya conoces al pescadero?
- Es que es muy majo, y tiene un pescado… Les ves los ojos a esos peces y puedes ver casi que piensan. Pues me ha dicho  que las rosadas no tienen cabeza porque para quitarles las escamas, tienen que congelarlas y tirarles de  la piel como si fuera un cordero. ¡Como un cordero! ¿Te lo puedes creer? Si es que aquí hay un pescado…

Vamos, si tengo que buscarle cualquier hotel en el mundo a mi madre lo tengo claro, cerca de un mercado. Todo el tiempo que está metida dentro no me está regañando por el peinado, el vestido, lo que como, si miro el móvil, si fumo, si tomo mucho café…

El caso es que yo llegué al hotel de noche, y  la recepcionista del hotel fue súper simpática. No paraba de sonreírme a pesar de que yo llegué medio zombie y casi me subo a la habitación sin hacer checking. Lo único que atiné a decir fue:
- ¿Hay wifi?
- Sí- contestó la sonriente recepcionista. A lo que la drama mamá dijo:
- ¿Tú no habrás venido aquí a trabajar no?
- No mamá, claro que no…- le contesté.

La sonriente Elena me dio la contraseña del wifi. En el ascensor comentamos lo simpatiquísima que era la recepcionista y subimos a descansar.

Bueno, quien dice descansar dice deshacer toda la maleta a la perfección, cosa que jamás hago si viajo sola, y colgarlo en las perchas que mi madre había traído. Sí, porque las perchas de los hoteles nunca son suficientes. En fin, prometo un post sobre las maletas y las drama mamás.

A las 10 de la mañana del día siguiente, me desperté sobresaltada porque no llegaba al desayuno. Corrí al comedor y allí estaba mi madre charlando con la camarera, no supimos su nombre, pero también sonreía mucho, era muy simpática, y de Burgos, y según mi madre, tenía pinta de limpia, lo que un hotel es muy muy importante.
Total que me puse a revisar mensajes de Facebook, y entonces leí en mi muro:

“Hola nena, soy la recepcionista del hotel en el que estás alojada... Auténtica frase de drama mamá cuando has pedido el wifi y tu madre ha dicho: "pero tú no vendrás a trabajar, no?"  Me encantáis las 2! qué arte!” Elena.

¿Qué tontería pensaréis? Pues no tenéis ni idea, hombre. ¿Cómo va a ser eso una tontería? Es la primera vez que nos reconocen y probablemente sea la única.  Y eso te hace sentirte un poco en casa, un poco querida, y sobre todo, te hace tener una historia que contar.

Cuando por la tarde volvimos a echar la siesta, teníamos unas brochetas de fruta fresca en la habitación y mi madre estaba que no se lo creía:
- Nena, nos han traído fruta porque eres famosa.- y se meaba de la risa.- ¡Tú! ¡Famosa!
- ¿Seguro que es por eso?
- Oye, que yo llevo dos días aquí, y muy majos, muy limpios, pero de fruta nada. Oye nena, ¿te imaginas a la Penélope? Porque si tú que no eres nadie, te ponen algo, y son tan majos, imagínate a la Penélope. Eso tiene que ser una locura- entonces la que se meaba era yo.-  Tenemos que darles las gracias, ¿eh?, que esto es un detallazo. Seguro que esa Elena tiene una drama mamá estupenda.
Recepción Hotel Ataraznas
A mí me hizo mucha ilusión, la verdad, pero a mi madre ni os cuento. De verdad que ya ha contado la historia más de 30 veces. Le hicimos fotos al comentario, y cada vez que estábamos con alguien me hacía enseñárselo. Por no mencionar que contestó la encuesta del hotel, y se lo hemos recomendado a todas las personas, incluso a las que no viajaban a Málaga.

Antes de irnos, Elena, vino con mi segundo libro, se lo dediqué y nos sacamos fotos las tres.  No sé, igual Elena borra esas fotos, igual ella no le ha contado a nadie que nos conocimos, pero nosotras, nosotras siempre tendremos una Elena que nos puso frutas cuando yo fui casi tan famosa como la Penélope.


PD. Por si las dudas, que el mundo del bloguer está muy subvencionado, este no es un post patrocinado. Es mi sincero agradecimiento a cambio de unas frutas frescas, algo de cariño, y una buena historia que contar.

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