jueves, 31 de marzo de 2011

71. Nena, ir a un selfservice es tirar el dinero.

Vistalegre
Este consejo creo que entrará dentro de la categoría de "solo la madre de la nena" aunque todavía podéis sorprenderme...
Mi madre les tiene una tirria inconcebible a los selfservice (o como diría ella: selservis) y a los restaurantes sin mantel. No puede. Es superior a ella.
- Para una vez que salimos a comer por ahí, nena, una vez al año ¿y me tengo que servir yo la comida? Vamos hombre, pero ¡qué invento es este! Todos los días del año que si pon la mesa, prepara la comida, los manteles y servilletas, los cubiertos, que todo esté rico, que todo esté bonito, y un día, ¡un día! que nos damos un capricho y nos vamos por ahí, tengo yo que levantarme y ponerme la comida, encima con esos mantelitos de papel... Que así yo también tengo un restaurante, total, lo mismo da cocinar para 5 que para 50, si ellos solos se sirven y luego la vajilla y los manteles van a la basura... Vamos hombre, y si aún fuera un buffet (ella dice bufé) que puedes comer todo lo que quieras... Aunque ya te digo yo que la comida es malucha, vamos, que esas croquetas no son ni de pollo ni de jamón, eso es croqueta de bechamel, porque no llevan nada... Pero bueno, lo del selservis me parece un horror. Vamos hombre, última vez que me ven a mí en una de estas. Nena, ir a un selfservice es tirar el dinero, con lo que cuesta ganarlo.

Cuando utilizaba el consejo:
En mi casa salir a comer fuera es un acontecimiento. Normalmente lo propone mi madre pero casi nunca lo conseguimos:
- Estoy harta de cocinar. Todo el día como una criada. Me merezco un descanso, que me tenéis explotada. ¿Por qué no comemos por ahí? Me ha dicho la Mari que han abierto un restaurante muy mono en el centro y que se come bien, y hacen un cordero para chuparse los dedos.
El resto de la familia siempre decimos que sí, pero ¡ah! una drama mamá siempre es una drama mamá, no coge fiesta nunca.
- Aunque tengo un chicharro que compré el otro día y que me sale tan rico... Y sería una pena que se perdiera.
- Bueno mamá, pues lo comemos mañana.
- Ya pero mañana no estará tan jugoso y con el precio que tiene el pescado cómo para dejarlo pasar. Que yo no sé cómo los pescan, a besos debe de ser, porque si no, no entiendo el dineral que vale.
- Seguro que mañana está igual de bueno.
- Pero tú qué vas a saber, si no soportas el chicharro, si todo te da para atrás, que más que papilas gustativas debes de tener una fregona, porque entre que no te gusta nada y los ascos que te dan... Total, que vamos a un restaurante y pides pollo, que para eso, para comer pollo nos quedamos en casa y comemos pescado, que seguro que es más sano como lo cocino yo. Que han dicho en la tele que hacen unos pollos sin patas ni nada, solo cuerpo, y los engordan y lo venden muy baratos. Que uno no se puede fiar de lo que le dan en los restaurantes, que en casa sabemos lo qué estamos comiendo, con aceite de verdad y no con esos sprays que les echan por ahí.
- Chica, vamos a salir, por un día...- yo insisto pero mi no drama papá permanece en silencio porque conoce el final.
- Nada, nos quedamos en casa, si como comemos en casa no se come en ningún lado.

Una vez se me ocurrió invitarles al típico wok en el que tu coges lo que quieres y luego un chino te hace algo a la plancha. Quién coño me mandará a mí innovar con mi madre, yo no le he visto la cara tan desencajada nunca, ni si quiera cuando le dije que me iba a vivir con un novio sin casarme, y eso que ese día mi hermana y yo casi pedimos un carro de paradas cardiacas al hospital, en previsión del infarto, digo.  Pues lo del wok, peor:
- Nena, esto no es comida. No, no. (Me miraba con los ojos como platos mientras me metía pellizquitos) Estos chinos están locos. ¿Arroz tres delicias le llaman a esto? Pero ¿qué delicias?, ¿qué entenderán los chinos por delicias? Es otra cultura, nena, otra cultura. Una delicia es una buena torrija, eso es un trozo de gamba, con suerte, porque las gambas que compro yo tienen otra pinta y otro color, no sé, más color a gamba. ¡Pero si son trasparentes! Y, ¿los guisantes? (Más pellizquitos) Mira esos guisantes (Y ponía cara de estar viendo un cerdo volar) Eso no son guisantes, te lo digo yo, eso es hierba prensada. ¿Y por qué todo sabe igual? Ayayayayy, a qué sitios nos traes. Yo no entiendo qué ganas de ser moderna tienes. Con lo bueno que está un menú del día o un plato combinado, con su san jacobo de toda la vida. Pero mira esa gelatina que lleva el cerdo (triple pellizco). Mira que habré cocinado yo el cerdo de mil maneras, qué digo mil, dos mil, que el cerdo es muy agradecido y, nunca, oye lo te que te digo, nena, nunca me ha salido esa grasa tan rara. Eso no puede ser cerdo, o los cerdos chinos en vez de piel, tienen vaselina. ¿Y por qué llaman pan a eso? Eso es un bollo aceitoso, pues que se inventen otro nombre, que no le pongan pan, porque entonces tú crees que vas a comer pan y, no, te dan eso medio dulce, y ¡caliente! Te digo nena que es otra cultura. ¿Y encima me tengo que levantar yo a servirme (Siete pellizcos y un pisotón, todo en plan disimulado)? Unos listos son estos chinos, y a ver si aprendes de una vez a comer como la gente normal, que esto son todo guarrerías, vamos, ¡pagar por esto! Con el chicharro tan rico que tenía yo en la nevera. Esto es tirar el dinero, y tú eres muy mucho de tirar el dinero, que yo no lo entiendo, porque no será que hayas visto en casa que derrochemos, eso lo has aprendido fuera.

Consecuencias del consejo:
Lo dicho, cuando por fin conseguimos comer fuera de casa vamos más arreglados que a una boda, y nos sentimos los reyes del mambo.
Segunda consecuencia: soy incapaz de disfrutar de un selfservice, porque voy tan tranquila con mi bandeja y no paro de oír a mi madre dentro de mi cabeza, y eso te quita el hambre. Os lo digo yo.

Excepciones para utilizarlo:
Futuros hijos míos, no es que me vuelvan loca pero tampoco es que los self-service los cargue el diablo, vamos, a vuestro aire. Ya decubriréis si os gustan o no..., aunque lo de la gelatina en el cerdo, tengo que admitir que sí es un poco raro.

domingo, 27 de marzo de 2011

70. Las marcas son un invento para cobrar el doble por la misma leche.

elotrolado.net
Cuando éramos pequeñas, en mi casa nunca entró nada de marca, bueno, al menos de una de verdad. Tuvimos una Nintendo que no era Nintendo con todos los juegos piratas. Así que mi recuerdo del Mario Bross difiere un poco de la realidad, en nuestro juego no eran setas, sino una especie de paraguas rosas con lunares:
- Es igual, igual nena, que te quejas por todo. Pero si es gris también, además trae montones de juegos, y la original solo uno, y cada cartucho es carísimo. Ahora, tú ya los tienes todos, y trae pistola para los patos, que me lo ha dicho el vendedor, que es igual, igual, pero más barata.
Y así con todo. Tuve unas Jota Jaiber, tal cual, unas Nike, que no eran Nike, unos Levis que parecían Levis, pero no, no eran Leviss. Todo era un “casi” pero no.

Cuando utilizaba el consejo:
Siempre que le pedías algo bajo el concepto “marca”. Que no os vayáis a pensar que pedíamos un Louis Vuitton, no, a mi madre la leche Kaiku le parecía una marca y era suficiente motivo para no comprarla. Ella pensaba que si nos habituábamos a algún producto en concreto, íbamos a ser unas niñas caprichosas el resto de nuestras vidas. Y tuvo una técnica en concreto que desmontó todas las peticiones.
- Mami, a mí no me gusta esta leche, sabe muy fuerte. Prefiero la Kaiku.
- Todas las leches son leches, y lo del nombre es tontería. Las marcas son un invento para cobrar el doble por la misma leche. Y yo no voy a ser la que pague más, así te lo digo, nena, que no estamos para derrochar.
- Pero, mami, que yo le noto otro sabor y además esta hace una nata que me da arcadas.
- Nena, a ti el aire te da arcadas. La Kaiku es más cara, solo por el nombre así que te tomas esa y punto.
Y yo vomitaba. Soy así, si me concentro puedo vomitar. Ese es mi don. No sirve para mucho, la verdad, pero tampoco lo elegí yo. Así que comenzó su técnica: “Si no me crees, me vas a creer, vamos que si me vas a creer”. Compró una botella de Kaiku y la estuvo rellenando con la leche de oferta cada día. Sí, mi madre tiene mucha paciencia y mucha mala idea, de eso también tiene. Y pasado el mes, ahí me estaba esperando, con toda su mala idea:
- Que bien te tomas esa leche, ¿eh?, nena- ella tranquila, relajada, fregando los platos.
- Sí, es que está me gusta mucho- imbécil, imbécil, imbécil.
- Y no te da ni un poco de arcadas, ¿eh?- ella fregando un vaso, feliz, triunfal.
- Ni una mami, porque no tiene nata- imbécil, imbécil, imbécil.
- Claro, claro, es que tienes un paladar muy sensible…- ya está a punto. Yo notaba algo, tanta felicidad no le pegaba.
- No sé, mami, es que esta leche está más buena.- muy imbécil, muy imbécil, muy imbécil.
- ¡Más buena! ¡Más buena te voy a dar yo a ti! Mira nena, esa leche es la de oferta, que te llevo un mes rellenando la botella de Kaiku. ¿Me oyes? Y como tus has dicho, ni una arcada. Sí, sí, como lo oyes. Mucha tontería es lo que tú tienes, que llevas un mes tomándotela tan tranquila. Así que ya lo sabes, a partir de ahora, leche de oferta y no quiero oír una arcada porque te enteras.
Y yo del susto vomitaba. Ya lo he dicho, es un don.

Consecuencias del consejo:
Desconfianza total de lo que comía. Además del episodio de la leche, hizo lo mismo con el Colacao, el chocolate Milka, el pan Bimbo… Compraba uno de la marca, lo rellenaba con el de oferta, nos lo hacía comer un tiempo, y luego, tachán: nos llamaba imbéciles y volvíamos al de oferta a cara descubierta. Y sí, mi hermana y yo muy despiertas no éramos.
Segunda consecuencia: mi recuerdo de algunos productos, probablemente sea equivocado porque una vez comí Nocilla pero el resto, a saber.
Tercera consecuencia: no le tengo fe a mi paladar. No sé si las cosas me gustan realmente. Si pruebo un vino que me gusta pienso: lo mismo si me lo dan en otra botella, me gustaría más. Así que vivo desnortada, me da lo mismo Nocilla que Nutella, Rioja que Ribera…, no tengo criterio.
Cuarta consecuencia: si alguien me pregunta “¿Te ha gustado el solomillo?”. Pues no sé qué decir, porque creo que es una pregunta trampa. “Y si no era solomillo, igual no era solomillo, igual estaba malo, o bueno, o igual es el mejor solomillo del mundo”. ¡Por dios! Y me dan ganas de vomitar.
Quinta consecuencia: una tía mía me regaló una vez unos pantalones Bonaventure de verdad, con su piedra azul en el botón y sus chapitas en el culo. Los llevé puestos hasta que se desintegraron, porque aquellos vaqueros no se desgastaron, no, llegó un día que volatilizaron del uso y aquel día yo fui la niña más infeliz del mundo sabiendo que volvía a los Levis que no eran Levis, porque la leche será leche, pero tú sabes que no llevas unos Levis de verdad, y tus amigas también.

Excepciones para utilizarlo:
Futuros hijos míos: la leche es leche. Lo siento pero este consejo me lo quedo. No tendré mucho criterio para elegir vinos pero me he ahorrado un dineral a lo largo de mi vida comprando de oferta y con la total tranquilidad de que no me perdía nada, sobre todo eso. Y como os pongáis tontos, prometo tener la misma paciencia que mi madre, y también, la mala idea. Dicho está.

lunes, 21 de marzo de 2011

69. Que no te lo tenga que repetir.

Urbezaragoza.com
Un clásico reeditado año tras año durante toda mi vida, incluido ayer. Ayer mi madre me dijo:
- Haz el favor de comer más lentejas que se te ve en la cara que te falta hierro. Que no te lo tenga que repetir.
El mundo entero funcionaría mejor si alguien hiciera caso a las madres, porque qué análisis de sangre, ni qué anemia, si tu madre es capaz de mirarte a los ojos y saber qué andas justa de hierro. Tal cual. Y da igual lo que tú discutas, mejor, que no te lo tenga que repetir. Y sobre todo, que no se le ocurra a un médico discutírselo. Inconsciente:
- Pero qué sabrá usted, conoceré a mi hija o no, que la he parido yo. ¡A estas alturas! Que tiene la piel agrietada y se le pone pelo de escoba. ¡Mírela! ¡La pinta de enferma que tiene! (Yo miraba al médico con pena, por él, no por mí) Y esa pelo de escoba (ahí, insistiendo) desde hace 10 años, es anemia. Que yo vengo al médico porque hay que venir a por la receta, pero yo ya le hubiera dado las ampollas ayer, y me pone también un poco de calcio, que le he visto las uñas muy raras, como arrugadas, y mejor prevenir que curar.
Y el médico y sus 10 años de carrera, se quedaban allí, con cara de depresión y acordándose de su madre, aunque puede que de la mía, también.

Cuándo utilizaba el consejo:
En miles de situaciones, las proféticas, y las que no.
- Ponte a estudiar, que mañana te van a preguntar los ríos.
- Voy, mami que termine un segundo estos dibujos y ahora mismo.
- Nena, que te voy a preguntar luego la lección y vamos a tener un disgusto. Y ya sabes que los disgustos te sientan mal porque a mí me sientan peor.
- Pero si ya me la sé.- ahí, en plan rebelde.
- Mira, saberse, me sé yo los reyes Godos, que 40 años después, todavía me acuerdo, que si quieres te los digo del tirón. Entonces, sí que estudiábamos. Tú lo que haces es imaginar que te sabes las cosas, que luego andas diciendo que el Ebro pasa por Sevilla, como en el último control, que me lo dijo la maestra.
- Y a mí de qué me sirve saber por dónde pasa el Ebro…- tú notas que dices esto y según las palabras pasan por tu boca, se debilitan hasta casi desaparecer, que cuando llegas a decir “Ebro”, tu voz ya es un hilito y sabes que la muerte puede andar cerca. Es la típica frase que nunca, nunca, nunca hay que decirle a una drama mamá, a no ser que como niña tengas algún tipo de interés especial en conocer y vivir de cerca el apocalipsis. Es una cosa que se aprende rápido, te la juegas una vez, dos si eres muy suicida. Hubo una vez un niña que la dijo tres veces y se fue interna.
- ¡A mí no me hables así que soy tu madre! Habrase visto, la niña, que para qué necesita saber por dónde pasa el Ebro, pues para que te enteres exactamente dónde has caído cuando te lance al río con esa tele detrás de ti. Así podrás poner cara de mira: “Estoy en el Ebro y esta es la tele que nunca más voy a ver por haberle contestado mal a mi madre”, que es la cara que se te va quedar a ti, respondona. Te pones a estudiar ahora mismo y como no te lo sepas de corrido en una hora, te enteras dónde está el Ebro, pero bien. Y ¡que no te lo tenga que repetir!
Si se te ocurría levantar los ojos del suelo, no digo ya hablar, no, solo con cruzar los ojos con los suyos en ese momento, quedabas fulminada y te convertías en una niña de piedra para siempre jamás. Yo nunca miré, por eso no soy de piedra.

Consecuencias del consejo:

Si alguien, cualquiera, un profesor, un cliente, la cajera del súper me dice “¿Te lo repito?”, yo me descompongo. “Que no me lo repita, que no me lo repita. El mundo se contraerá sobre sí mismo, luego explotará y, encima, mi madre se enterará que han tenido que repetírmelo”.
Segunda consecuencia, tengo la típica cara de “me entero de todo”. Eso no significa que me entere de nada, así que llego a situaciones curiosas, por ejemplo, no me enteré durante meses para qué servía aquel vaso que nos daban el cole, y por no preguntar, jamás tomé calcio… Si en el fondo mi madre lo sabía, ya decía ella que me veía las uñas como arrugadas.
Tercera consecuencia: "El Ebro nace en Cantabria y pasa por Castilla y León, La Rioja, Navarra, Aragón y Cataluña". 20 años después.

Excepciones para utilizarlo:
No quiero decir esta frase, de verdad que me daba terror. Futuros hijos míos, sed libres y probad a decirlo. Me han contado que funciona así:
- ¿Le importaría repetírmelo?
¡Uy que mal cuerpo! De verdad, me descompongo solo con escribirlo.

jueves, 17 de marzo de 2011

68. Los mejores disfraces son los que te haces tú misma.

La nena
Ocho meses después me presento oficialmente: la niña de la foto soy yo. No creo que nadie vaya a reconocer a la adulta que soy en esa niña vestida de vieja así que, allá vamos, en plan kamikaze, esto es casi una salida del armario pero es que una imagen vale más que mil palabras, y esta debe valer, dos mil o tres mil millones.
Esa niña soy yo, y ese es el disfraz que mi madre eligió para mi primer carnaval. Otros que recuerdo con cierta, digamos, humillación son el de elefante, de judía ortodoxa, de basura, de código de barras, de su propia idea de Madonna...

Cuándo utilizaba el consejo:
Pues cada vez que me he tenido que disfrazar hemos pasado por eso:
- Mami la semana que viene tenemos que ir disfrazados al cole, y yo quiero ir de princesa.
- Bah, bah, princesas hay montones. Tú tranquila, ya vamos a pensar en alguno más divertido.
- Yo no quiero ser divertida, quiero ser una princesa. A Martita le han comprado uno súper chulo con diadema y varita. Quiero ese.
- Mira, nena, yo no me pienso gastar 3.000 pesetas en un disfraz para que, encima, todas las niñas vayáis iguales, que lo bonito de disfrazarse es que no te reconozcan y hacer como que eres otra persona. Ya vas a ver que con cuatro cosas que tenemos por ahí hacemos el disfraz más original del cole, que los mejores disfraces son los que te haces tú misma.
- Mami, que no quiero ser original, quiero ser una princesa.
- Que pesada eres, que te he dicho que no. Tú hazme caso que vas a causar sensación.
En eso tenía razón. Tendríais que ver mi álbum familiar.

Ella tiene una explicación para todos los disfraces que eligió para mí. A mí no me convence ninguna.
Vieja chocha:
- Mamá, vale que no me disfrazaras de princesa pero de ¿vieja chocha?
- Ay nena, qué risas nos echamos todos. Pero mira lo salada que estabas. Y no te reconocía nadie. Que te mandé a casa de tu tía a llamar a la puerta y no sé dio cuenta de qué eras tú. Ay, yo no podía aguantarme la risa. De verdad que casi me hago pis encima. Y anda que no estabas contenta, porque tú te pensaste que te habían confundido con una vieja chocha. Años estuviste pensando eso. ¿Por qué tú sabes que ella de lo que no se dio cuenta es de que eras su sobrina? No de que realmente fueras una vieja…
- Mamá, tengo 32 años.
Elefante:
- Ay nena, el mejor disfraz que has tenido. Si tenía hasta una polea para que tú solica te subieras y te bajaras la trompa. Pues anda que no me lo pidieron otros padres… Saladísimo era. Y anda que no costó coserlo y que aquello funcionara. Nadie iba como tú, la más original de todo el cole.
Por lo menos no se me veía la cara…
De judío ortodoxo:
- Pues no sé quién trajo ese casquete a casa pero chica, nos vino que ni pintado. Ves, esos son los buenos disfraces, con un gorrico y ya estabas saladísima, si lo de menos es la ropa.
Nadie ha confesado nunca quién regaló ese casquete a mis padres, porque como yo me entere…
De basura:
Tal cual. Cogió unas bolsas de basura, les hizo un hueco para que sacara la cabeza y me pegó mierda encima.
- Pero era reciclada, que lo dices así y parece que llevabas raspas de pescado y que olías mal o algo. Eran tetrabricks y papelicos, y cosas así. Graciosísima, bueno, ese año había una niña que iba de torera que casi te gana pero no, la más salada de todas tú. Y sin gastarnos una peseta nena, así es como tienen que ser los disfraces.

Consecuencias del consejo:
Qué os voy contar:
Ganadora absoluta a “la más salada” todos los carnavales.
Cenas familiares en las que mis primos se atragantan recordando las fotos.
El novio de mi hermana me respeta menos desde que conoció los álbumes familiares.
Cuarta consecuencia: estado de total histeria un año que los reyes me trajeron un disfraz comprado de Scarlatta O’hara, con su falda, su can-can, su vuelo, su chal, su pamela… Dormí un mes con aquel disfraz, incluída la pamela.
Quinta consecuencia, de adulta me he disfrazado de cualquier cosa, aunque a ella ya no le hacía tanta gracia:
-¿ Pero nena, de qué vas vestida con ese gorro de piscina?
- De marciana, mamá. ¿No ves las antenas?
- Nena, que tienes 25 años, ¿tú crees que los marcianos van mucho a nadar?
- ¿No estoy salada?
- No, estás más bien ridícula, no pareces un marciano. Y ya estás en edad de echarte novio, que con esa pinta lo dudo. Además ese gorro de silicona te va cortar el riego, y no andas muy sobrada.
Tenía razón, después de andar toda la noche por ahí, al quitarme el gorro me notaba el pulso en las orejas, durante dos semanas.

Excepciones para utilizarlo:
Futuros hijos míos, mirad la imagen otra vez. Os pienso comprar el disfraz más chulo del mundo, de princesa, de súper héroe, de lo que sea. Vamos, que pido un crédito si hace falta.

lunes, 14 de marzo de 2011

67. ¿Ahora sales? Pero si es hora de volver.

Reloj Trovato
¡Ay! ¡Qué nostalgia! Bueno nostalgia, quien dice nostalgia, creo que hace un par de meses me lo dijo, pero es que llevo tantos años acompañada de este consejo.

Cuándo lo utilizaba:
Vamos, por partes. Si alguien escucha este consejo pensará que yo no he tenido hora de vuelta a casa. Bueno, realmente si alguien piensa esto es que esta es la primera vez que se enfrenta al concepto drama mamá y no ha leído nada antes. Bueno, y también que tuvo una adolescencia afortunada en la que podía quedarse por ahí cuando empezaba lo mejor, es decir, cuando yo me iba a casa.
Yo tuve hora de vuelta siempre, y no solo eso, mi madre iba a buscarme:
-Nena, que hay mucha gente muy mala, y por lo oscuro te puede pasar cualquier cosa. ¿Qué has oído lo del violador del ascensor? –en todas las épocas de mi vida había uno, que ya es casualidad- Mira que si te pasa algo. A mí no me cuesta nada, y estoy más tranquila. Además así te veo cómo llegas, que cualquiera se fía. Que ahora tenéis mucha libertad, y que si me tomo una Cocacola y que si la Cocacola llevaba vinito y no, no quiero una hija borracha. Como te vea piripi, ay como yo te vea piripi una vez en tu vida. Ni en tu boda. ¿Me oyes nena? Ni en tu boda te dejo ponerte piripi. Nada, que te espero a las 10 en la plaza. Y puntual.
- Pero mamá…, que ha todo el mundo le dejan hasta las 12.
- A mí me da lo mismo lo que hagan los padres de los demás. Tú a las 10, y así mañana aprovechas el día. ¿Qué ya me dirás tú qué haces a esas horas que no puedas hacer la las cinco de la tarde?
- Es que a las cinco no hay nadie, están a las 12.
- Pues quedar antes, chica, quedar antes, que mira que es fácil la solución. ¡Las 12! Esas no son horas para que una niña ande por las calles. Te espero a las 10, y ven rectica, que como te vea dar un traspiés no vuelves a pisar la calle. ¿Me oyes? Y como te huela a tabaco, te enteras.

Cuando ya no me iba a buscar, es decir con 20 años o así, yo seguía teniendo hora. No lo hablábamos claramente, para evitar en el enfrentamiento, pero si tú a mi casa llegas después del periódico del que mis padres son suscriptores, estás jodida. Más te vale que parezca que has salido a correr, porque si no, correrás de verdad.

Consecuencias del consejo:
Soy absolutamente nocturna, toda la vida pensando que lo mejor pasaba cuando yo me iba, así que nunca veo el momento de ir a la cama. Me lío. “Me voy a ir ya a dormir, total, no dan nada en la tele. Bueno, igual me meto a Facebook. Y ¿twitter? Espera, igual ha pasado algo increíble en el mundo. Debería ordenar esas fotos de vacaciones. Este programa lo he visto. Un zapping. Me voy a depilar las cejas mientras. A ver qué dicen en twitter”. Las dos de la madrugada.
Segunda consecuencia, arrastro un sueño perenne: “Y ¿si ahora pasa lo mejor qué? Aguanta un poco nena, aguanta un poco”.
Tercera consecuencia: broncas infinitas e interminables cada vez que iba a salir.
- ¿Pero a dónde vas a estas horas nena? Las 10 de la noche, es hora de volver no de salir.
- Ay mamá, pues a dar una vuelta.
- ¿Con quién?
- Con éstas.- ya sabes, típica edad comunicativa.
- Uy sí, me dejas mucho más tranquila. ¿Pero qué hacéis por ahí? No lo entiendo, de verdad que no lo entiendo. Con lo bonito que es el día, con su luz y su sol. Pero no, vosotros solo sabéis estar por la noche. Que qué haréis…
- Pues bailar y hablar…
- Con lo mal que tú bailas, no lo entiendo- ahí, reforzándote- No bebas nada. Y no vuelvas por lo oscuro, que el otro día dieron la noticia de que hay un nuevo violador del ascensor, a ver si vamos a tener un disgusto, nena, que un día tú a mí me matas de un disgusto. Total, por andar mal bailando, ¿Por qué tú sabes que bailarina no puedes ser no? Chica, ya te podías quedar en casa haciendo algo de provecho…
Poder del click. Click y ya no la oigo porque puede llenar el mundo de palabras y dar una vuelta, y otra, y otra.

Excepciones para utilizarlo:
Futuros hijos míos, tranquilos, sé que lo mejor pasa a última hora. Llegaremos a un acuerdo. Eso sí, me quedo con el consejo de mi no drama papá:
- Nena, imagínate que yo me despierto una noche porque haces ruido al llegar de madrugada. Esa es la última noche que tú duermes en esta casa. Y si llegas más tarde que el periódico, compra churros, coño, que me lo tomaré mejor.

miércoles, 9 de marzo de 2011

66. Nena, ya vas a ver qué bien en el campamento al que te he apuntado.

The Treepee Company
Yo he sido una niña de campamento. Y los niños de campamento somos una raza superior sólo justo por debajo de los niños internos. Si te parece osado decir esto, es que tú no has sido niño de campamento. Un niño de campamento evoluciona rápido, se adapta al medio, sobrevive a base de pan duro y sabe cómo esquivar casi cualquier tipo de humillación. No se engañen. Los campamentos son a los niños lo que la mili a los adultos: una putada que te curte a base de bien. Y yo he sido una niña de campamento porque mi madre me mandó todos los veranos desde los 9 años a uno. Ella lo llamaba sus vacaciones, “por fin que ya era hora de tener un ratito para mí”. Yo lo llamaba “mi castigo por ser una niña tan revoltosa”. Y hacía propósito de enmienda de ser más buena para no acabar otra allí. Nunca funcionó.
- Nena, ya vas a ver qué bien en el campamento al que te he apuntado.
- Pero yo no quiero ir…
- Pero yo si quiero que vayas, además, que vas a hacer muchos amiguitos.
- Yo ya tengo amigos.
- Pues te haces más, que siempre vienen bien en la vida. Además que se vas a aprender un montón de cosas nuevas. Y nena, que no me tengan que llamar para traerte a casa, que te mando interna.

Primer campamento, 9 años:
Unas colonias con, calculo, otros 300 niños más. En un pueblo de Gipuzkoa en el que no paró de llover en 15 días, con lo que estuve conviviendo con una jauría dentro de un patio interior. Creo que perdí capacidad auditiva. Aprendí a tirar comida desde la ventana con una puntería que ya quisieran los GEOS. Adelgacé 7 kilos. Descubrí que los niños que sufrían lo que se llamaba “mamitis” (es decir, los que no paraban de llorar) reciben peor trato de los otros niños. Pasé de la mamitis. Sobreviví.
Segundo campamento, 10 años:
Colonias también. Con uniforme: pantaloneta y camiseta. Otros 300 niños. Cada uno tenía un número. El mío era el 112. Así que cuando había colada, los monitores cogían un enorme carro de ropa y comenzaban:
- Bragas del 97, calzoncillos del 15, camiseta del 23- y los niños iban a por ellas- bragas del 112… , a ver 112, bragas rosas con puntillas, ¿112…?
Aprendí que hay niñas con 10 años que descubren que es mejor lavarse las bragas por la noche y nunca salir a recoger aquel despropósito públicamente. Perdí 5 kilos y 7 bragas.
Tercer campamento, 11 años:
En tiendas de campaña. En plan salvaje. Aprendí que los niños gordos no pueden subir en tirolina, que los gamusinos son mentira (eso sí después de sufrir la humillación), que en los campings hay supermercado y que una niña puede sobrevivir a base de leche condesada 15 días. Perdí 6 kilos, el saco de dormir y un pijama. “Que no entiendo nena cómo lo haces, ¿pero dónde has dormido?”.
Cuarto campamento, 12 años:
Era un campamento de marchas en Jaca. Aprendí que el agua da flato, que en cambio existen unos simpáticos monitores que te dan un limón para chupar y que no tengas sed mientras andas 10 kilómetros. Aprendí que los limones no quitan la sed y tampoco el flato. Y que jugar a la gallinita ciega cerca de un luming gas es una idea nefasta. Pero sobre todo aprendí a suplicar que no llamaran a mi madre. Sobreviví.
Quinto campamento, 13 años:
En inglés. Aprendí de todo menos inglés: cómo cazar murciélagos, a pintar moscas, a colgarle latas a los gatos del rabo, y sobre todo, que ya era una Senior de los campamentos con un ingente cantidad de leche condesada preparada, y que los niños con 13 años no saben la diferencia entre un golpecito y partirte una pierna. Perdí 4 kilos.
Sexto y último, 14 años:
Con una familia inglesa en la costa, con otras 5 niñas. Aprendí algo de inglés, que los chupitos de tequila están más ricos que la leche condesada, que no hay nada como un amor de verano valenciano, que puedes escaparte de una casa saltando desde un segundo y no partirte nada, que la playa a las 4 de la madrugada es mucho mejor, que fuera de casa te puedes pintar como una pilingui, y que el mundo del campamento había mejorado considerablemente. Mi madre aprendió que se habían acabado los campamentos para siempre.

Consecuencias del consejo:
Todo tipo de gritos e improperios a costa de todo lo que perdí en los campamentos: zapatos, linternas, pantalones, mochilas, una uña del pie, y sobre todo, los kilos. Según me recogían íbamos directos al pediatra a hacer una revisión completa.
También aprendí que a mi madre sus vacaciones de mí no le servían para mucho.
Admiración total por las niñas internas de mi colegio, supervivientes natas.
Cierto empacho de leche condensada que me dura hasta la actualidad.

Excepciones para utilizarlo:
Ya veremos, porque como seáis los típicos blandos con mamitis, no sobreviviréis. Os lo digo yo. Prometo no mandaros con ropa interior vergonzosa y daros dinero para leche condensada, por si acaso. Pero futuros hijos míos: yo he hecho rappel, espiritismo en una tienda de campaña a las 3 de la madrugada, sé orientarme con una brújula, hacer un vivak, quitarle el aguijón a una abeja, y bueno, algo de inglés. Así que ya os puede parecer divertido porque estáis jodidos. Eso sí, a los 13 años, se acabó lo que se daba. Eso también lo he aprendido.

lunes, 7 de marzo de 2011

65. Nena, no te vayas tarde a la cama.

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Ay por dios que fatiguita me da este consejo. Porque me lo dice siempre. Sea la hora que sea, esté haciendo lo que esté haciendo, duerma en su casa o esté al otro lado del mundo. "Nena, no te vayas tarde a la cama". Como si toda tu vida se pudiera estropear por irte tarde a la cama.

Cuándo utilizaba el consejo:
Bueno, primero tuvimos que superar la época en la que yo me iba a la cama cuando ella quería, que nos duró hasta casi la universidad, igual, sin casi. La época en la que más collejas he recibido, cuando debajo de la colcha con una linterna intentaba leer. Que mira que hay que ser tonta para pensar que no se daría cuenta. Un bulto enorme luminoso debajo de una colcha de ganchillo, de esas llenas de agujeros... Pues eso, que pillé collejas a mansalva cada vez que intentaba saltarme el toque de queda.
Luego pasamos a la época en la que podía quedarme estudiando, en la que también recibí collejas a mansalva cada vez que ella, sigilosa, me pillaba leyendo una revista en vez de estudiar. Que hay ser muy tonta para no conocer la capacidad de sigilo de una drama mamá cuado te quiere pillar en algo. Se desplazan sin tocar el suelo, como levitando, ni el aire mueven. Que tú te preguntas cómo es posible que esa mujer sea la misma persona que es capaz de reventar a gritos un cristal cuándo le da un ataque de ira en mitad del súper cuando insistes, digamos ligeramente, en que quieres que te compre nocilla.
Y luego por fin, pasamos a la época en la que podía quedarme viendo la tele cuando ella se iba a la cama. Esta época empezó hace unos tres años, y aún y todo antes de irse a dormir me dice:
- Nena, no te vayas tarde a la cama, que si no mañana tendrás mal cuerpo, y tenemos muchas cosas que hacer, total para lo que dan a estas horas...
Entonces se va a lavarse los dientes, y tú te tumbas, tu momento del día. ¡Ja! A los diez minutos vuelve sigilosa:
- ¿Pero qué haces aquí todavía? Y quita los pies de la mesa, cómo te lo tengo que decir.- Y llega la siempre sorpresiva colleja. Que hay que ser muy tonta para que a estas alturas una colleja me pille por sorpresa, pero sí, así es la vida y yo así de tonta- Las mesas son para comer, que los pies andan por el suelo y el suelo está lleno de mierda, qué manía tienes. Cada cosa tiene su función, no sé, imagínate que a mi me diera por utilizar tus vestidos de trapos, no te gustaría ¿no? Pues que no te lo tenga que repetir y tira ya para la cama.
- Mamá, que no tengo sueño...
- El sueño en la cama se cría, anda ya.

Consecuencias del consejo:
Siempre que trasnocho estoy como pendiente de que llegue la colleja. Aunque mi madre esté a 500 kilómetros de mí, aunque esté de bares, en una discoteca, en otro meridiano, yo ando vigilándome la espalda, por si acaso. Cualquiera se fía, con tanto sigilo.

Excepciones para utilizarlo:
Futuros hijos míos, habrá una época en la que yo decida a qué hora os vais a la cama, otra en la que os quedaréis estudiando y otra en lo que haréis lo que os dé la gana. Eso sí, confío en que el poder del sigilo me sea entregado en breve... Estáis advertidos.